Àngeles Espinosa
1 de cada 3 afganos pasa hambre y dos millones de niños están desnutridos.
Con el país al borde de la inanición, la pérdida de unos cuantos libros puede parecer un asunto sin importancia. Sin embargo, la imagen del poeta y escritor afgano Javed Farhad, de 52 años, deshaciéndose de su biblioteca para poder alimentar a su familia y pagar el alquiler, resume como pocas la deshumanización que sufre Afganistán. Privados de unos ingresos mínimos, todo su esfuerzo se destina a sobrevivir. No hay tiempo para la cultura, y mucho menos para el ocio. "Me siento extraño, es como si hubiera vendido a mis hijos", escribe en el texto que acompaña a la foto en su perfil de Facebook y que repite en conversación con un reportero extranjero en su casa de Kabul.
No fue una decisión fácil, pero era necesaria. "Debía tres meses de alquiler y, desde que los talibanes tomaron el poder, perdí mi trabajo como profesor universitario y como redactor en la cadena de televisión Khurshid", explica Farhad, que, como la mayoría de los afganos, compaginaba dos trabajos para mantener a su familia, y las familias afganas no son pequeñas. Además de su esposa, que también perdió su trabajo en la Oficina de Derechos Humanos, el escritor tiene cuatro hijos, dos de los cuales están casados y viven con sus esposas en casa porque aún están en la universidad, y un nieto de uno de la pareja.
La pésima situación económica ha provocado el cierre del 95% de las bibliotecas, librerías y editoriales de Kabul.
Entre los 2.000 volúmenes que Farhad había acumulado en su biblioteca, había varias piezas de coleccionista, incluidos dos libros manuscritos de principios del siglo pasado. También había tres obras de Federico García Lorca, entre ellas Bodas de sangre, traducida al persa. Pero lo que más le costó desprenderse fue la colección de poesía de Maulana Jalaluddin Mohammad Balkhi, más conocido como Rumi, el influyente poeta místico persa. Al escritor se le humedecen los ojos al recordarlo. Sólo le quedan una docena de libros, entre ellos dos escritos por su esposa.
Aun así, la dolorosa separación sólo ha aliviado temporalmente sus penurias. El dinero recaudado, equivalente a 700 euros, una duodécima parte de lo que le costaron, sólo cubre el alquiler de los tres meses adeudados. "Aún me quedan otros dos meses por pagar", dice.
A las penurias se suma el miedo. Farhad ha sido atacado dos veces por los talibanes, la última hace sólo un mes. No estaba en casa y su hijo mayor, que estaba con él, recibió una paliza. Confiesa que tiene miedo y que a veces duerme en casa de su hermana o de un amigo.
"Los talibanes son anticultura, antimúsica, antipoesía y antilibertad", afirma, antes de señalar que han aplazado indefinidamente todas las actividades culturales. Muchos artistas afganos se han escondido. La situación económica también ha provocado el cierre del 95% de las bibliotecas, librerías y editoriales de la capital, según fuentes del sector citadas por ToloNews. "Los artistas y escritores tienen un futuro muy oscuro", afirma Farhad. "Si los talibanes siguen en el poder, los que como yo no han abandonado el país lo harán en el futuro", pronostica.
Por eso pide a los artistas e intelectuales extranjeros que sean solidarios y ofrezcan ayuda o alojamiento a los afganos para que puedan abandonar el país con dignidad, especialmente a las escritoras. "Antes había muchas de ellas en nuestras reuniones, pero ahora no sabemos si están en casa o han conseguido marcharse", dice con preocupación.
Personalmente, preferiría quedarse si su seguridad y la de su familia estuvieran garantizadas y se le permitiera escribir. "Bajo amenaza, no es posible vivir así", afirma Farhad. También teme que las cosas empeoren porque no cree que los talibanes hayan cambiado como pretenden. "Sólo actúan con más prudencia para obtener el reconocimiento exterior", cree. Le duele que la comunidad internacional no tenga una política clara al respecto y está dispuesto a aceptar que se reconozca a los talibanes "si al menos respetan la mitad de lo que se les pide" en materia de derechos humanos y libertad de expresión.
Esta columna apareció por primera vez en El País y ha sido traducida aquí por Jordan Elgrably.