La artista Manal Mahamid comparte la evolución de su exposición La gacela palestina, que se ha exhibido en Belén, Haifa y Ramala, así como en Niklass (Bélgica), Toronto y en la Feria de Arte 2024 de Dubai.
Manal Mahamid
Como artista palestina que trabaja con escultura, vídeo y fotografía, mi práctica está profundamente arraigada en la exploración de las complejas intersecciones entre el colonialismo, la identidad y los paisajes alterados de mi tierra natal. Utilizo el arte para confrontar las formas en que los regímenes coloniales remodelan no sólo las narrativas humanas, sino también las realidades ecológicas de un lugar. Creo que la tierra, los animales y las plantas no son víctimas pasivas de esta transformación; son portadores activos de la historia, testigos del trauma de la eliminación y símbolos de resistencia. Mi proyecto, La gacela palestina, surgió de estas reflexiones y se convirtió en una parte fundamental de mi actual exploración de la justicia medioambiental y la resistencia ecológica.
El proyecto comenzó con una experiencia personal en un zoo de Israel, donde me fijé en un cartel en un recinto de gacelas. En árabe e inglés ponía "La gacela palestina", pero en hebreo ponía "La gacela israelí". Esta reclasificación deliberada era algo más que un simple cambio de palabras: era un acto de violencia medioambiental, un claro intento de sobrescribir una parte de la historia del paisaje. Era el eco de una política más amplia de nombrar, borrar y reasignar identidades dentro de la propia tierra. Me di cuenta de que el cambio de nombre de la gacela simbolizaba un proceso más amplio en el que incluso la naturaleza es cooptada y redefinida por el poder ocupante. Esta manipulación de los relatos ecológicos refleja una forma de colonialismo ecológico, en el que el mundo natural se altera para reflejar la pretensión del colonizador sobre la tierra y su historia.
La gacela ha sido durante mucho tiempo un símbolo icónico de la cultura palestina, que representa la belleza, la gracia y una conexión con la tierra que es anterior a las fronteras políticas. Pero en este encuentro, vi cómo ni siquiera el mundo natural se libra de las narrativas coloniales que intentan cortar la conexión de la gente con su entorno. Una experiencia posterior en el mismo zoo profundizó aún más en el proyecto. Vi una gacela con una pata amputada y, cuando pregunté, el cuidador del zoo me explicó que la habían "salvado" cortándole la extremidad. Esta explicación me resultó inquietantemente familiar. Reflejaba la paradoja del colonialismo: preservar algo mutilándolo, "salvarlo" alterándolo hasta hacerlo irreconocible.
A partir de este encuentro, la gacela se convirtió en una poderosa metáfora en mi trabajo. Para mí, el miembro amputado refleja la experiencia de los palestinos, cuya conexión con su tierra ha sido cortada, fragmentada y reescrita. Sin embargo, a pesar del desmembramiento, la gacela se mantiene en pie, digna y desafiante. Simboliza la lucha más amplia por la justicia medioambiental, en la que no sólo se trata de proteger la tierra y las especies, sino también de preservar las identidades culturales y los relatos históricos en un contexto de eliminación sistémica.
Al crear La gacela palestina, mi objetivo era poner de relieve cómo las fuerzas coloniales no sólo controlan las narrativas humanas, sino que también manipulan las ecológicas. Mediante vídeo, escultura y técnicas mixtas, tracé los viajes de la gacela a través de un paisaje dividido y militarizado, desafiando puestos de control, fronteras y vallas. Corriendo por estos terrenos, quise captar lo absurdo de los límites impuestos en una tierra que antaño fluía libremente. El acto de correr se convirtió en una metáfora visual de la resistencia: una negativa a aceptar la fragmentación y una recuperación de la continuidad natural de la tierra, desafiando tanto la degradación medioambiental como la política de apartheid ecológico que pretende compartimentar y controlar el movimiento.
Mi escultura a gran escala de la gacela amputada es una representación deliberada de esta resistencia. A pesar de que le falta un miembro, la gacela se yergue orgullosa, no como una criatura lamentable, sino como una superviviente, reflejo de una identidad rota pero intacta. Representa un paisaje que, como la gacela, ha sido cortado y reclamado, pero que sigue perdurando. Al hacer hincapié en el cuerpo mutilado, pero perdurable, de la gacela, quería abordar las cuestiones más generales del trauma medioambiental, en el que la tierra y sus habitantes llevan las cicatrices visibles e invisibles del conflicto.
El uso de la gacela en mi obra es una forma de reafirmar su verdadera identidad, que está profundamente entrelazada con la historia y la ecología de Palestina. Me fascina cómo la imagen del animal aparece en la literatura, la poesía y la música árabes como símbolo de añoranza y conexión con la tierra. Es una imagen que pertenece a una época anterior a las fronteras y al alambre de espino, cuando la tierra estaba entera. En mi obra pretendo hacer visible la tensión entre lo que la tierra era, lo que se ve obligada a ser y lo que podría ser si se liberara de estas limitaciones.
Al situar a la gacela en paisajes que se extienden desde el norte hasta el sur de la Palestina histórica, invito a los espectadores a reimaginar la tierra como era antes: continua, íntegra y resistente. Quiero que la gente vea no sólo la belleza física de la gacela, sino la historia ecológica y política más amplia que cuenta. No es sólo un animal; es un archivo vivo de una tierra asediada, una criatura atrapada entre la supervivencia y la pérdida, y un recordatorio de que, incluso frente a los intentos de amputar su historia, perdura.
A través de La gacela palestina, espero abordar no sólo la supresión política de un pueblo, sino también las repercusiones medioambientales y ecológicas de estas narrativas. El proyecto es mi forma de reivindicar el paisaje y afirmar una forma de justicia ecológica que insiste en la inseparabilidad de la tierra, la identidad y el mundo natural. Para mí, el viaje de la gacela es una historia de continuidad interrumpida pero ininterrumpida, un emblema de resistencia ecológica y cultural que se niega a quedar confinada a las estrechas definiciones impuestas por los relatos coloniales.