"Los seguidores", relato de Youssef Manessa

3 diciembre, 2023 -
Los primeros pasos para alejarse de wasta y Za'im son siempre difíciles, si no imposibles de dar. Un perdedor egoísta se aleja de wasta y de la agenda nefasta de Za'im que creó e instrumentalizó.

 

Youssef Manessa

 

Te quedas ahí, esperando, en el otro extremo del muelle, bajo el calor de medianoche, justo fuera de la vista del descuidado patrullero al que han pagado para que no mire hacia ti. Entre rezos audibles para disipar las sospechas, se balancea sobre su pata coja como si esperara que lo atraparan y tuviera que inventar una historia sobre la marcha, lo bastante plausible como para librarse de la cárcel a la que su partido podría obligarlo si esto saliera demasiado mal en los periódicos que no son suyos. 

Llevado de la mano por la vida, uno pensaría que ya tendría este ritmo dominado. Pero cada vez que se encuentra en una situación como ésta, se remonta a esos momentos, cuando su anciana madre le sacudía violentamente con los ojos inyectados en sangre y aliento a whisky cada vez que la avergonzaba con ese ceceo suyo delante de los vecinos que no le gustaban. Esos mismos vecinos que se parecían a él y hablaban como él, pero que le empujaban y le daban patadas en aquel campo muerto de allí al que llamaban patio de recreo porque ellos eran fuertes y él débil, y no había nada mejor que hacer. Eso por no hablar del padre que nunca estaba allí, del hermano mayor que se juntaba con la gente equivocada y de la hermana pequeña a la que le gustaban los chicos demasiado pronto. Porque nunca se detiene, y nunca se detendrá, siguiendo y siguiendo así durante horas y horas hasta que inevitablemente es atrapado.

Pero esta vez.

Esta última vez.

Le dijeron que no podía haber más errores y que tenía que ingeniárselas.

O lo harían.

Así que, para calmar los nervios, saca el cannabis preenrollado que robó del cajón de su hijo, con la esperanza de poder hacerlo pasar por un cigarrillo si alguien se tomaba la molestia de hablar con él. Pero, por alguna razón, le ves quemarse el pulgar por segunda vez, jugueteando con un mechero que sabía que era defectuoso. Creíste que te haría gracia la primera vez, pero sabes que es difícil reírse con el estómago vacío, alimentado sólo con tópicos y falsas promesas. No es hasta la tercera vez que sabes que no te ríes, no porque estés a punto de desmayarte, sino porque, a pesar de ti mismo, sientes pena por él.


Y ahora que por fin eres consciente de que le has estado mirando con tu único ojo bueno durante más tiempo del que estás dispuesta a admitir, no puedes evitar preguntarte cómo habéis acabado cualquiera de los dos donde estáis ahora y a quién conocíais para acabar así.

Sabes que no deberías pensar así. Sabes que no cambiará nada. Sabes que tienen razón en que no cambiará nada. Porque, por supuesto, tienen razón. Tienen toda la razón.

Pero se equivocan.

Se equivocan.

Están totalmente equivocados.

Y por primera vez en tu miserable vida, te das cuenta de algo: Este hombre necesita esto.

Esa wasta que votabas, con orgullo, sabiendo lo que votabas, sabiendo a quién votabas, pero que nunca te hiciste y de la que luego despotricaste durante años a quien te prestara oídos.

Y cuando lo consigues, cuando por fin lo consigues, no te enfadas.

No estás enfadado.

Ya está.

Has terminado... con esto... con todo esto...

Porque en ese momento también te das cuenta de que se trata de un hombre que sólo puede triunfar en un país como éste. En un país donde su futuro es el pasado de su padre, y el pasado del padre de su padre, y el de su padre antes que él. En un país donde sus madres sólo se casaron con ellos por las mismas razones, sus abuelas los dieron a luz. En un país donde todos ellos tendrán que quedarse atrás, de un modo u otro, y tú puedes fingir que eso no es lo que realmente quieres.

Y después de este precioso y fugaz momento, por fin comprendes lo único que todos los tópicos y falsas promesas nunca se molestaron en explicarte: que el hecho de que estés aquí esta noche en el calor de medianoche, justo fuera de la vista del descuidado patrullero, tiene tanto que ver con él como contigo.

Hombres como él son la razón y la única forma de que se cree un sistema como éste.

Pero él no se da cuenta. Nunca se dará cuenta. Toda su vida le han dicho cosas. Demasiadas cosas. Cosas que le hacían sentirse a gusto cuando no se lo merecía. Cosas que le hicieron sentirse bien cuando no lo merecía.

Pero eso no importa ahora porque a ti también te han dicho muchas cosas.

Te han dicho que al otro lado de este estrecho mar te espera una tierra de oportunidades. Una tierra en la que se te permite vivir la vida que aquí no te dejan vivir y que a veces te preguntas si alguna vez quisiste realmente. Una tierra donde por fin puedes ser el hombre que siempre dijiste que eras aunque, en esas raras ocasiones en las que eres sincero contigo mismo, sabes que eso nunca podrá ser.

Y no sabes cómo es esta tierra. Y no entiendes cómo suena. Y ni siquiera puedes pronunciar su nombre. Pero sigues ahí de pie, esperando, a pesar de tus preocupaciones, tus muy razonables preocupaciones, porque ¿qué es lo que realmente te espera ahí detrás?

Un futuro cercenado por la promesa de que el título que te compraron en la universidad a la que nunca asististe te abriría puertas; una carrera de trabajos esporádicos y favores denigrantes a cambio del siguiente trabajo esporádico y favor denigrante; una comunidad que hace tiempo que abandonó cualquier pretexto de que la visión por la que luchó tu hijo, por la que murió tu hijo, igual que hizo tu padre, no fuera otra cosa que un intento de enriquecer a quienquiera que firmara esos cheques.

Y ahora, estás atascado, atascado en un camino del que el Za'im no te sacará sin que te cueste más, pero tú no tienes nada más que dar. Lo único a lo que tienes que volver es a un estrecho apartamento con paredes manchadas y suelos agrietados donde vives encima de tu padre, y del padre de tu padre, y de su padre antes que él en la misma habitación en la que creciste, pero que ahora alberga a tu mujer y a tus hijas. 

Una mujer y unos hijos a los que dices querer, por los que dices que harías cualquier cosa, por los que dices que lo has hecho todo, pero sabes, siempre lo has sabido, que sólo es cuestión de tiempo. 

Porque aunque dijiste que volverías, no lo harás.

Nunca lo fuiste. 

Y por eso, cuando por fin subes a ese barco oxidado que está tan ligeramente descentrado que te hace preocuparte por tus posibilidades, respiras hondo y nunca miras atrás.

 

*La coacción y el soborno sustentan el clientelismo corrupto en Líbano, conocido como clientelismo Zuama o sistema Za'im.

Youssef Manessa es un escritor sirio de Nabatieh, que no reconoce la existencia de la entidad colonial libanesa. De familia marxista, es partidario de todos los movimientos de resistencia y quiere ver el fin de la actual clase política que destruyó su país. Es licenciado por la Escuela de Negocios Adnan Kassar. Sus intereses se encuentran en la intersección de las finanzas, la economía, la política, el marketing, la sociología, la psicología y la filosofía. Ha publicado artículos en The Markaz Review. Desde hace varios años trabaja en una sátira política.

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