Esta India es un lugar saturado de vigilancia preventiva impulsada por la inteligencia artificial. El periodismo a la antigua usanza, en un contexto así, está casi pasado de moda, y sus practicantes, como los de cualquiera de las artes tradicionales que requieren empatía humana y empoderamiento, lo están pasando mal.
La luz del fin del mundouna novela de Siddhartha Deb
Soho Press 2023
ISBN 9781641294669
Anis Shivani
La luz del fin del mundo, de Siddhartha Deb, es una novela valiente que exige lectores valientes. Plantea grandes dificultades en cuanto a expectativas y recompensas, en la línea de las duras novelas de la alta modernidad. Han pasado dieciocho años desde la última novela de Deb, Bosquejo de la República - y se nota, tanto en la textura de Luz, muy densa y autoinvolucrada, como en el barrido emocional que lo envuelve todo, con las ventajas y desventajas que ello conlleva. Su estilo arroja dudas sobre la capacidad de la novela para tratar el embrollo de contradicciones que es la India moderna. La tendencia centrífuga casi detiene la novela en su parte central, que consiste en interludios históricos, y las conexiones no quedan del todo claras hasta el final. La novela funciona mejor cuando se lee como un compendio suelto de episodios que ilustran la psique india en distintos momentos de la historia, que como una narración lineal con estrechas conexiones causales entre episodios.
Al principio de Luz, conocemos a la protagonista, Bibi, una ex periodista cuyos reportajes de investigación amenazaron en su día la aparente invencibilidad del Estado, y que ahora está distanciada de sus antiguos contactos en el mundo periodístico. Bibi trabaja en una fuga perpetua como empleada de Amidala, una de esas poderosas empresas de gestión de imagen tan típicas de la economía neoliberal. Esta sección inicial se sitúa en una Nueva Delhi donde el neoliberalismo rampante está destruyendo todo lo virtuoso de la cultura india. Aquí están los influenciadores de las redes sociales, los magnates de los negocios, las figuras del Estado profundo y los censores y espías de todo tipo -en resumen, todos los manipuladores a los que nos hemos acostumbrado en la economía política del siglo XXI- llevando a cabo sus planes de glorificación personal, que a menudo se funden con el nacionalismo, sin el menor pudor. La extrema pobreza, la imagen de India que persiste en el imaginario popular, coexiste con la extrema riqueza. La economía se está convirtiendo en una economía sin dinero en efectivo (en la vida real, el Primer Ministro Narendra Modi ha aplicado de hecho la muy controvertida política de desmonetización), India ha pilotado una misión a Marte (evocadora de las pretensiones espaciales indias contemporáneas), la inteligencia artificial es a menudo el subtexto de las conversaciones de las élites, y los laboratorios de defensa ficticios de Ombani están desarrollando una superarma llamada Brahmastra.
Esta India es un lugar saturado de vigilancia preventiva impulsada por la inteligencia artificial. El periodismo a la antigua usanza, en este contexto, está casi pasado de moda, y sus practicantes, como los de cualquiera de las artes tradicionales que requieren empatía humana y empoderamiento, lo están pasando mal. Bibi estuvo en su día estrechamente vinculada a un periodista llamado Sanjit, cuya insistencia en denunciar la corrupción gubernamental y empresarial le puso "en una trayectoria que le llevó siempre hacia abajo". Podemos suponer que Bibi, utilizando habilidades similares, se quedó sin trabajo.
¿Qué pensar del personaje de Bibi? No tiene nada de india, a pesar de sus modestos orígenes. Tras delegar el cuidado de su madre enferma en Calcuta en una hermana, Bibi se hace cargo de los gastos, y tiene la actitud resignada típica de los millennials ante el estado del mundo, interesada sobre todo en sobrevivir en silencio. Bibi tampoco tiene ningún compromiso ideológico. Como nos dice el narrador omnisciente:
[Desde hace años, sus tardes están vacías por la soledad, su única compañía es una voz burlona en su cabeza, lacerante, amargada, una voz que no quiere callarse y que sólo puede ser acallada por las promesas de Bibi de abandonar, de dejarlo todo.
La nueva apatía de Bibi se acentúa aún más por contraste con su pasada relación, llena de valor y autenticidad, con el heroico reportero Sanjit, antes mencionado. Sanjit entra en la narración a través de los flashbacks de Bibi, provocados por la petición de su jefe en Amidala, S.S., de que lo localice para desactivar la amenaza que se cierne sobre Vimana Energy Enterprises, uno de los clientes de Amidala y uno de los principales defensores de la promesa tecnológica de la India. Las oficinas de Vimana han sido asaltadas recientemente por un hombre que desapareció sin dejar rastro, salvo el recuerdo de testigos presenciales de que un mono había huido del lugar. El intruso dejó tras de sí un pendrive que contenía los mayores éxitos de Bib, de cuando era reportera de investigación. Entre ellos, su "reportaje sobre el centro de detención [en el noreste de la India], el de la fábrica abandonada de Union Carbide, [y] ese artículo sobre las extrañas antigüedades descubiertas por geólogos que buscaban minerales en las montañas". Vimana se da cuenta fácilmente de que Bibi estaba vinculada a Sanjit, que realizó reportajes periodísticos similares; la dirección de la empresa quiere llegar al fondo de la amenaza, si es que la hay, y se niega a creer que sea mera coincidencia que trabaje para su consultora.
Bibi no ha estado en contacto con Sanjit desde hace años, pero sospecha que puede haber reaparecido de la clandestinidad como bloguero llamado Muktibodh, emitiendo periódicamente declaraciones condenatorias como: "India es ahora como los Estados Unidos de una serie de televisión de los noventa llamada Expediente X, con extraterrestres y experimentos y conspiraciones del Estado profundo". No sería injusto trazar un paralelismo entre Muktibodh, el bloguero anónimo, y la propia posición actual de Deb como forastero cuyas duras opiniones probablemente ya no sean bien recibidas por el Estado indio.
Bibi tiene problemas para actualizar su documento de identidad Aadhar (que existe en realidad), y le preocupa aparecer en el registro nacional como "D", o persona dudosa. Lo mismo le ocurriría a Sanjit y a otros "antinacionales", un término artístico actualmente de moda en el gobierno de Modi. El énfasis de Deb en la omnipresencia de la tecnología es una elección estética que va bien con su énfasis extremo en la decadencia cadavérica de cada calle, estructura y personalidad que Bibi encuentra en sus peregrinaciones por la ciudad, en particular por el distrito de Munirka. Esta frase es típica: "El sabor agrio de la leche la golpea cuando pasa por delante del mostrador de Wenger, seguido por el olor a incienso, aceite de motor y el olor estomacal de la orina cuando atraviesa los callejones".
Hay cientos de pasajes de este tipo a lo largo de la novela. Junto a la degradación está la mutabilidad onírica de todas las cosas; nada es lo que parece, y todo es susceptible de transformarse abruptamente en otra cosa. Todo el libro parece un sueño continuo. Uno podría tener la tentación de pensar en Pynchon, Borges, Eco, Bolaño, Ellison, Bowles o Mann como fuentes de inspiración, pero Deb se niega rotundamente a encontrar focos de iluminación. Su rotunda negación de la agencia humana le diferencia incluso de los modernistas más funestos. La excesiva atención que presta a las imágenes de decrepitud en constante cambio y la exagerada importancia que concede a los poderes de la tecnología coinciden con la forma en que las manifestaciones de carisma se ven aplastadas por la prepotente realidad del Estado indio.
A lo largo de la novela, Deb descarta la posibilidad de un futuro conocible claramente conectado con el pasado. Lo hace, por ejemplo, especulando sobre los orígenes del Hombre Mono de Nueva Delhi: "¿Y si el Hombre Mono de Nueva Delhi fuera una criatura mutante producida por la nube de gas tóxico de Bhopal en 1984? ¿Y si el Hombre Mono de Nueva Delhi fuera una criatura extraterrestre, un alienígena accidentalmente abandonado en este planeta? [...] ¿Y si el Hombre Mono de Nueva Delhi hubiera viajado en el tiempo desde el pasado, viniendo hacia nosotros desde la Rebelión de los Sepoy de 1857 o desde los campos de exterminio de la Partición en 1947? ¿Y si, al viajar en el tiempo, el Hombre Mono de Nueva Delhi hubiera llegado al nuevo milenio no desde el pasado, sino desde nuestro futuro?".
Nueva Delhi El hombre mono es una realidad presente, presenciada con demasiada frecuencia como para descartarla como mero cotilleo, que no puede entenderse como vínculo entre pasado, presente y futuro. Su presencia inconexa sólo puede dar lugar a conjeturas inútiles, burlándose tanto de la mitología india como del futuro prometido del control tecnológico.
En cuanto a las elecciones estilísticas del autor, suponen un interesante alejamiento de las recientes oleadas de ficción india. El realismo mágico de Rushdie ha sido explotado recientemente por escritores estadounidenses y británicos de origen indio en la conocida saga de secretos familiares multigeneracionales entrelazados con la historia pseudocolonial (lo mismo ocurre cada vez más con los escritores africanos que encuentran un hogar en Estados Unidos y el Reino Unido). Aquí, el realismo mágico a menudo aporta poco más que valor de entretenimiento, o se ofrece porque es lo que se espera de los escritores poscoloniales que operan en la ecosfera editorial de Occidente. La incorporación por parte de Deb de elementos como el Hombre Mono de Nueva Delhi, la frecuente aparición de Hanuman, el dios mono, en diversas formas, y la nave voladora Vimana (que es el motivo central de la sección de la época de la Partición) no es realismo mágico tal y como lo hemos entendido a través de Rushdie, Grass y Márquez. Tampoco es el realismo mágico superficial de los jóvenes escritores postcoloniales de hoy. Se trata más bien de un inquietante elemento de fantasía asimilado a la decadencia de la cultura india. Funciona porque no hay explicación de la decadencia, los elementos irreales de la narración nos señalan todo tipo de direcciones inútiles.
Es lógico, pues, que resulte mucho más difícil seguir la narración en las tres secciones históricas que siguen, ambientadas en 1984, 1947 y 1859, respectivamente. El estilo de la prosa en estos interludios históricos está impregnado de una intencionada nebulosidad, y los personajes (y sus objetivos) permanecen a distancia. Aunque algunos reaparecen en distintos periodos, como Bibi en la sección del siglo XIX, no se pretende que los veamos como los mismos personajes que en otras apariciones, aunque compartan nombre y ciertos rasgos. La difuminación de la fantasía, la realidad, el sueño, la imagen, el hecho y el mito, que equivale a una fantasmagoría, procede de la tajante negativa de Deb a dotar a la historia de proezas explicativas, al igual que ocurre con su actitud hacia la extrapolación del futuro.
En "Claustropolis: 1984", ambientada en la república india socialista, laica y nehruviana que duró hasta la década de 1980, un jefe en la sombra encarga a un asesino profesional que mate al denunciante que quiere revelar las peligrosas prácticas de Union Carbide, una fábrica química estadounidense de Bhopal. El propio asesino es perseguido, y permanece en perpetuo temor de ser asesinado, pero al final es la mortífera nube química -la liberación accidental de gas venenoso por Union Carbide en diciembre de 1984 fue el peor desastre industrial del mundo hasta la fecha- la que acaba con su vida. No hay escapatoria para él, como no la hay para nadie en esta novela.
La sección ambientada en las secuelas del llamado Motín de los Sepoy, "La línea de la fe: 1859", cuando los británicos estuvieron peligrosamente cerca de perder la India, implica a un destacamento militar británico que persigue a un amotinado llamado Magadh Rai en las montañas del Himalaya. La prosa de este episodio histórico, el más antiguo, es la más escurridiza de la novela, evocando la extravagancia de Flann O'Brien en At Swim-Two-Birds. El elemento de perseguir mientras se es perseguido sigue siendo una constante, conjurando una fantasía desorientadora de las torturas psicológicas que pudieron sufrir algunos de los personajes que se autoproclamaron amos del reino indio.
"Paranoir: 1947", quizá la sección más fascinante, trata de Das, un veterinario en prácticas de Calcuta que dispara a un caballo que acaba de despistar y posiblemente matar a su domador británico, Walker, en la época de la independencia de la India. El colonialismo ha terminado de una forma que promete más rupturas y disensiones, ya que Das observa el probable destino de las minorías y el nuevo énfasis en las identidades particularistas, aunque intenta salvarse creyendo que está al servicio de una bienhechora llamada Srta. Srinivasan, y que una entidad oculta llamada "el Comité" le ha asignado hacerse cargo de la Vimana, la superarma prometida en las escrituras védicas. La descripción de este delirio nacionalista en medio de la exuberancia que acompañó a la independencia permite a Deb sondear la psique destrozada de los poscoloniales que toman las riendas de su propia historia por primera vez en siglos, pero también es un comentario sobre las fantasías colectivas de hoy en día.
Los tres episodios históricos pueden interpretarse como glosas de lo que Bibi podría haber relatado. Podemos leer a Bibi como el hilo conductor de la novela -que aparece con su propio nombre en un episodio histórico que se dice que ella investigó- o, más razonablemente, como una idea tardía, una personificación de una India a la que no puede importarle ninguna idea, ni laica ni socialista ni siquiera capitalista, y que se ha deshecho en una república de caos y oscuridad.
En la parte final, cuando Bibi por fin se arma de valor para atar cabos y acaba localizando a Sanjit en las islas Andamán -algo así como una colonia interna dentro de la India antaño colonizada-, volvemos a la realidad contemporánea. Podrían surgir comparaciones superficiales con novelas como El atlas de las nubes, de David Mitchell, pero la novela de Deb trata más del fracaso de la modernidad que de otra cosa. En palabras del veterinario Das:
Había dejado atrás la vida de pueblo para convertirse en el hombre moderno, alejándose del mundo contenido y en miniatura de su padre y su madre analfabetos. Interiores oscuros, vistas abiertas de tierras de labranza y agua, reglas y ritos y festivales, dos o tres piezas de tela para llevar indistintamente, una prole de hermanos creciendo detrás y alrededor de él. Pero el hombre moderno se dedicó al exterminio, mientras que los campesinos que dejó atrás vinieron a la ciudad a morir por millones. Los que quedaron vivos fueron canalizados por sus hermanos modernos para atacar, saquear y violar.
Las cavilaciones de Das captan la emigración de Bibi a la metrópoli, a la postre decepcionante, en busca de una inmersión similar en la modernidad, pero también presumen de la ambigüedad del autor sobre su propio proyecto de automodernización, que le ha llevado desde la senda de un provinciano que se traslada a la capital para informar sobre la corrupción india y aprender a descifrar los vericuetos de la burocracia y la administración indias hasta su papel actual de novelista outsider establecido en Nueva York y que informa sobre sí mismo con el pretexto de informar sobre la India en la era del hipernacionalismo. Como nos cuenta en la introducción de The Beautiful and the Damned, su libro de no ficción de 2011 sobre la India, fue periodista en Nueva Delhi en la década de 1990 y vivió en el distrito de Munirka, que, como hemos visto, ocupa un lugar destacado en la sección inicial de Light. Otro ejemplo es su propia investigación sobre el desastre de Union Carbide/Bhopal en la década de 2000, tema de "Claustropolis: 1984" en esta novela. El inusual lapso de tiempo transcurrido entre una novela y otra, la renuncia de Deb a un papel de participante-observador comprensivo en favor de la adopción del de un extraño que es un crítico implacable, y la extracción de su propia vida temprana tras un lapso sustancial de tiempo son coherentes con la insistencia de Lighten una peculiar densidad de prosa que es rara en la ficción india.
Más que cualquier otra cosa, Light es una crónica del intelectual del siglo XXI derrotado por las fuerzas de la modernidad, que han sido retorcidas hasta hacerlas irreconocibles por un capitalismo que ha cerrado todas las vías de escape. Bibi, Sanjit, S.S., Das y otros personajes son manifestaciones del mismo capitalismo anquilosado, antaño dado a contar historias satisfactorias sobre crecimiento y desarrollo, y ahora sumido en la pura superficie y la evasión. En La luz del fin del mundo, Deb ha construido un monumental esfuerzo de prosa, pero que, en su fatalismo, despoja a los humanos de su capacidad de efectuar cambios. Todo lo que la escritora puede hacer, por citar la percepción que Bibi tiene de la futilidad que ve a su alrededor, es hacer una crónica de "las ruinas del Tercer Mundo", que para empezar era una ruina, y separar el pasado del futuro. La lectura de este libro no es apta para pusilánimes.