Imagen extraída de la exposición y el libro El Corán americano de Sandow Birk (cortesía del artista).
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The Bad Muslim Discount, una novela de Syed M. Masood
Doubleday (Feb 2021)
ISBN 9780385545259
Rayyan Al-Shawaf
A pesar del título de la segunda novela de Syed M. Masood, que coquetea alegremente con todo tipo de escepticismos antes de replegarse en un tímido convencionalismo, no hay un "mal descuento musulmán". Si lo hubiera, Anvar Faris se lo habría ganado, a pesar de su perenne timidez a la hora de revelar el alcance de su heterodoxia a sus correligionarios ortodoxos. "Sabes", bromea su piadosa (y sin sentido del humor) madre, que reprende a su hijo diciéndole que su desprecio por la observancia religiosa regular le llevará a ya sabes dónde, "voy a empezar a rezar para no acabar en el infierno, sólo porque quiero que te equivoques. Voy a ser la única persona en el cielo que llegó allí por despecho".
Dejando a un lado los merecidos descuentos para los malos musulmanes, Anvar tiene que conformarse con la rebaja que su casero, Hafeez, ofrece al tipo opuesto de musulmán: el bueno. Anvar se ha labrado, en gran parte sin querer, una reputación como tal. Resulta que no es un mal negocio, porque en el sórdido complejo de apartamentos de Hafeez en San Francisco es donde Anvar conoce a Azza, una joven musulmana misteriosa, problemática y, quizá lo más importante, la otra protagonista de El mal descuento musulmán.
The Bad Muslim Discount está disponible en Doubleday.
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Masood no tarda en poner en juego este artificio. Hasta casi la mitad de la historia, Anvar y Azza viven en países distintos -y, durante gran parte del tiempo, en continentes distintos- y, al no tener un pasado común, sus historias discurren por cauces distintos. La confluencia de estas últimas no se produce sin leves ondas disruptivas, pero pronto genera una corriente rápida y centrada. Por otra parte, mucho antes de que eso ocurra, las dos historias nos animan y nos mantienen a la expectativa sobre cómo acabarán Anvar y Azza en la vida del otro.
La seguridad con que Masood da forma a la historia de Anvar (por no hablar del humor que le inyecta) contrasta con el distanciamiento y la autoexigencia con que elabora la de Azza, al menos antes de su traslado a Estados Unidos. Esto es tanto más evidente cuanto que Azza, al igual que Anvar, relata sus experiencias en primera persona. Quizá la cuestión tenga que ver con el grado de familiaridad del autor con lo que describe. Masood, que vive en Sacramento, creció en Karachi. Aunque la familia de Anvar hace las maletas y abandona esa ciudad un capítulo después de empezar la historia, cuando él acaba de entrar en la adolescencia, Masood da vida a sus calles, vistas y sonidos. La estancia de Azza en su Irak natal (Bagdad y Basora), seguida de un remoto pueblo pakistaní en la frontera con Afganistán, abarca varios capítulos y varios años, pero casi toda la acción transcurre en interiores o en el exterior inmediato de la casa. Esto se debe a la situación de seguridad en Irak, a la severa religiosidad de su padre y a la cultura patriarcal de la aldea fronteriza pakistaní, pero ello no contribuye a mitigar el efecto de aplanamiento que produce la ambientación de la autora.
En cierto modo, Masood compensa el desequilibrio haciendo a Azza más digna que Anvar de nuestro respeto. Azza no se limita a mostrarse estoica ante lo que aplastaría a muchos jóvenes: la muerte por enfermedad de una madre seguida de la de un hermano, la guerra seguida de la desintegración de su país, unos esponsales que no puede rechazar porque su futuro marido la ha chantajeado y, lo que es más importante, un padre ya de por sí severo que se vuelve violento tras su tortura a manos de las fuerzas estadounidenses en Irak. Va más allá al negarse, de joven en San Francisco, a dejar que el trato que le dispensa su padre apague un pertinaz destello de compasión: "Fue la última persona a la que quise, aunque lo hiciera con amargura", afirma Azza. "Fui capaz de sentir lástima por él, aunque el mundo me había cortado mucho más profundamente a mí que a él. Él seguía teniendo una cicatriz y por eso tenía derecho a sentir compasión, y sentía que yo también".
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Syed Masood (foto Samantha Mayo) creció en Karachi, Pakistán. Inmigrante de primera generación por partida doble, ha sido ciudadano de tres países y nueve ciudades diferentes. Actualmente vive en Sacramento, California, donde ejerce como abogado.
¿Aún más admirable? Azza empieza a reclamar su vida como propia. En San Francisco, se matricula en la universidad y, sin que su padre lo sepa, inicia una relación sexual con Anvar. En cuanto a Anvar, a estas alturas nos ha demostrado una y otra vez que, incluso siendo adulto, no puede reunir la fortaleza necesaria para desafiar a una madre que puede ser dominante, pero desde luego no es violenta. Por ejemplo, mantiene en secreto su romance universitario de años con Zuha. (Para ser justos, Zuha hace lo mismo con sus padres, que son igualmente conservadores). Al menos se embarca en la relación, que acaba agriándose cuando la propia Zuha se vuelve hacia la religión, porque él quiere hacerlo. Al fin y al cabo, su posterior elección de la abogacía como carrera se debe en gran parte a la sensación de que es "hora, tal vez, de cumplir los sueños de otras personas". Esa carrera resulta efímera, aunque al lanzar una postura de principios, aunque finalmente infructuosa, contra la afirmación de su país de que tiene derecho a asesinar a un ciudadano estadounidense que se ha trasladado al extranjero y se ha unido a una organización terrorista extranjera, Anvar se gana mucho respeto entre gente como el terrateniente Hafeez - de ahí el descuento.
Al introducir a la maltratada e impulsada Azza en la vida (y en la cama) del irresoluto y desanimado Anvar, Masood introduce un bienvenido elemento de riesgo en la historia. Luego aumenta ese riesgo haciendo que Azza idee un plan para liberarse de su cruel futuro marido y escapar de las garras de su opresivo padre. El problema es que necesita la ayuda de Anvar. Al mismo tiempo, Masood hace que Anvar, que sigue suspirando por Zuha, se entere de que ella está a punto de contraer un matrimonio concertado con su puritano hermano Aamir, que no tiene ni idea de su pasado amoroso. Y cuando el autor se aleja, como hace de vez en cuando, para revelar el panorama general, la tensión aumenta aún más. Aquí está Anvar observando la reacción de su padre, un hombre cálido, simpático y perspicaz, ante los partidarios de Trump en vísperas de las elecciones presidenciales estadounidenses de 2016:
"Ya conocía a estas personas y había huido de ellas con anterioridad. La gran plaga intelectual del mundo musulmán era la creencia permanente de que, como civilización, nuestra fortuna había decaído porque nos habíamos apartado de la Palabra de Dios. Fue el llamamiento a Hacer el Islam Grande de Nuevo, a volver a la estricta religiosidad que había reinado en los siglos VII y VIII, lo que hizo que mi padre hiciera las maletas y abandonara el país que nos vio nacer. "
El final de esta historia tiene un punto de pulcritud cuyos contornos, demasiado redondeados, ni siquiera el humor cortante de Masood consigue afilar. A pesar del escepticismo con el que el autor trata tanto el sueño americano como la noción del islam como guía para una vida adecuada, al final cede ante ambos (aunque hay que reconocer que la parte del sueño americano está aderezada con sabor canadiense). Este cambio de rumbo le permite crear un desenlace agradable. Pero también embota una doble crítica que es uno de los puntos fuertes de la novela. Tras un clímax repleto de un nivel de violencia y casi tragedia que corresponde a una historia de este tipo, El descuento del mal musulmán da un giro que es inevitablemente anticlimático y que también se las arregla para chocar con casi todo lo que le precede, todo aparentemente en aras de satisfacer nuestro deseo innato de finales felices.
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