Viajes repentinos: Las separaciones íntimas de Israel-Parte 1

26 de septiembre de 2022 -
Hosh El-Shawish, Ciudad Vieja, Jerusalén (todas las fotos son cortesía de Jenine Abboushi).
Cámaras de Tel Aviv a Jerusalén

 

Estimados Señores Civiles, lamento informarles que tal vez me haya enamorado de la persona equivocada...

 

Jenine Abboushi
                                                                                                               

 

Mil mesetas: Capitalismo y esquizofrenia

Deben de haber pasado cien años desde la última vez que volví a Palestina con mis hijos. La febril colonización israelí ha creado ciudades, asentamientos y "territorios" irreales. Y para todos los habitantes de esta pequeña tierra, uno o más de estos reinos es inalcanzable en todos los sentidos. Quien intenta atravesar las complejas barricadas israelíes experimenta lo físicamente separadas y, sin embargo, entrelazadas que se han vuelto las vidas de palestinos e israelíes. La invasión israelí de tierras, aguas, ciudades y pueblos palestinos, especialmente de Hebrón a Nablús, pasando por Jerusalén y Belén, es tan intensa que los israelíes viven ahora encima de los palestinos, a menudo literalmente. Y las medidas que toma Israel para marginar y ocultar los mundos palestinos de la vista internacional, y especialmente de los ciudadanos israelíes, han creado alineaciones de espacio y pueblos cada vez más insostenibles. Para todos sus habitantes, israelíes y palestinos, es una tierra de divisiones proliferantes (por restricciones, normativas, bloqueos) que requieren una microgestión hasta un grado represivo, como cuerpos "cancerosos" sin órganos: el resultado de un ambicioso experimento humano que se ha ido al garete, como el que los filósofos Deleuze y Guattari imaginan en Mil mesetas: Capitalismo y esquizofrenia.

Con restricciones cada vez más severas, la política israelí divide a los palestinos en muchas categorías, y cada categoría en curiosas subclasificaciones. Una categoría -al margen de las noticias en este momento- es el control fronterizo israelí de los "extranjeros", o como Israel llama a los palestinos como yo, que no tienen hawiya, el documento de identidad necesario para residir en Cisjordania, y antes también en Gaza antes de la retirada y el bloqueo israelíes (Israel había cortado todos los derechos nacionales y residenciales a los palestinos que estaban en el extranjero en 1967). Los palestinos "extranjeros" que probablemente se enfrenten a restricciones aún mayores son aquellos que confiesen haber mantenido relaciones amorosas con palestinos de Cisjordania (o que se demuestre que las mantienen), o que tengan familiares directos viviendo allí, o que posean propiedades o puedan heredarlas, o que anteriormente tuvieran prohibida la entrada en el país, etcétera. En otras palabras, ahora tenemos diferentes estatus dentro de la categoría de palestinos "extranjeros".

Antes de volar a Tel Aviv a finales de junio de este año, tuve que vadear las nuevas normas fronterizas para esos "extranjeros". Desconcertada por las restricciones que leí en un documento de 97 páginas titulado "Actividades en los Territorios Archivo de Órdenes Permanentes", solicité interpretaciones a amigos periodistas e incluso a agencias de viajes. Intentaba averiguar si podía volar a Tel Aviv o si me obligarían a cruzar el puente Allenby de Jordania a Jericó, a 381 metros bajo el nivel del mar, y a qué precio. Ibrahim, un compañero de clase de mis días en la Ramallah Friends School que ahora ejerce la abogacía en Boston, estudió el documento y confirmó que la nueva normativa es deliberadamente enrevesada. Al final itakalna 3la Allah, como decimos nosotros, esperando lo mejor, nuestro plan era reunirnos todos en Ramala, inverosímil y descaradamente, para una reunión de clase.

Esperando a los bárbaros de J.M. Coetzee.

Pero hasta el día en que debíamos viajar al aeropuerto de Tel Aviv o por tierra a Jericó sobre el río Jordán, seguimos intentando descifrar los requisitos de viaje más alarmantes, como la posibilidad de que nos ordenaran entregar grandes sumas de dinero (7.000 y 20.000 euros) a los israelíes en la frontera. "El Jefe de la Unidad de Registro de Población de la Administración Civil está autorizado a exigir una garantía de hasta 25.000 shekels", y "El Jefe del Departamento de Documentación y Registro de la COGAT está autorizado a exigir una garantía de hasta 70.000 shekels", y por último, elevando la cantidad a alturas indefinidas, el "Jefe del Departamento de Operaciones de la COGAT está autorizado a exigir una garantía de más de 70.000 shekels" (la COGAT, o Coordinación de Actividades Gubernamentales en los Territorios, es la administración "civil" israelí en los territorios palestinos). Una vez que abandonáramos el país ("abandonáramos" los que dispusiéramos de ese dinero), se nos devolvería dicha suma por correo si las autoridades israelíes consideraban que habíamos cumplido todas las normas durante nuestra estancia; de lo contrario, "confiscarían" la cantidad, ofreciéndonos 45 días para apelar y demostrar que su evaluación era errónea.

Irónicamente, Israel promulgó esta nueva normativa en pos de su objetivo de que los ciudadanos israelíes puedan entrar en Estados Unidos sin necesidad de visado. El gobierno estadounidense (probablemente con la presión de los movimientos de defensa de los palestinos estadounidenses) pide que Israel deje de acosar a los palestinos estadounidenses que intentan entrar en Cisjordania para visitar a la familia, estudiar, enseñar en las universidades y ejercer una actividad profesional. Los israelíes prometieron a los estadounidenses aclarar su política en (los antiguos reinos de) "Judea y Samaria", su arcaico término para Cisjordania. El nombre bíblico, por supuesto, forma parte de un proyecto colonial de colonos para fabricar la indigeneidad y borrar más de 2.000 años de civilizaciones posteriores. También es afín a las imaginaciones fundamentalistas de otros, como los que intentan vestirse y comportarse como un profeta y vivir en su época. Con más frecuencia, las nuevas normas fronterizas de Israel se refieren a lo que queda de Cisjordania, donde viven hoy más de tres millones de palestinos, como "La Zona" (utilizando el lenguaje de la ciencia ficción distópica). Los palestinos son "residentes" o no de "La Zona". La mayoría de las referencias del documento a personas y lugares se parecen a las del novelista J.M. Coetzee en su imaginario ejemplar de todos los imperios: el abstracto, innominado e ilocalizable "imperio del dolor" de Esperando a los bárbaros.

De forma casi perversa, entonces, en lugar de "aclarar" su normativa para el gobierno estadounidense, los israelíes añadieron muchas restricciones y requisitos que antes no existían, haciendo que el cruce de fronteras para los palestinos estadounidenses, por ejemplo, fuera aún más difícil de lo que era antes, y en muchos casos imposible. La última versión de la normativa israelí se ha reducido de 97 a 90 páginas, gracias a pequeñas revisiones. La Unión Europea (que tiene cierta influencia sobre los israelíes porque se benefician de cantidades excepcionales de fondos Erasmus), además de la administración Biden, hizo que los israelíes eliminaran las cuotas de estudiantes y profesores "extranjeros" autorizados a entrar. Pero tanto los europeos como los estadounidenses parecían no tener ningún problema, por ejemplo, con las garantías que los israelíes pueden exigir en la frontera, o con las acosadoras e involuntariamente hilarantes solicitudes de entrada, a través de las cuales los israelíes examinan las credenciales de estudiantes y profesores como si fueran aspirantes a universidades de la Ivy League. Al parecer, los israelíes también tuvieron que suprimir el plazo de 30 días -tal como aparece en la primera versión del documento- que se da a los "extranjeros" para informar a la COGAT en caso de que inicien una relación con un palestino de Cisjordania. Si este es el caso, estas pequeñas revisiones desgraciadamente abortarán proyectos artísticos en ciernes: confesiones en vídeo o por carta a las autoridades, del tipo: "Estimados señores civiles, lamento informarles de que puede que me haya enamorado de la persona equivocada...". 

 

Rellené un formulario en línea y recibí permiso para aterrizar en el aeropuerto de Tel Aviv, pero sin ninguna garantía, estipula la autorización, de entrada en el país.

Antes de volar a Tel Aviv, ya sabía por mi viaje con los niños en 2015 que más me valía reservar una habitación de hotel en Jerusalén para las primeras noches antes de ir a Ramala, para no correr el riesgo de que me prohibieran la entrada a Cisjordania, o a Jerusalén y al resto del país (las normas de entrada difieren). A los palestinos les resulta caro viajar, ya que no pueden coger vuelos cómodos (como el directo de El Al que yo, con mi pasaporte extranjero, podría haber cogido, pero no lo hice, porque no quería que me registraran y me sometieran a un asqueroso interrogatorio en un aeropuerto francés antes incluso de embarcar). Para viajar, los palestinos de Cisjordania tienen que volar desde Ammán, en un laborioso y costoso viaje en dos partes.

Rellené un formulario en línea y recibí permiso para aterrizar en el aeropuerto de Tel Aviv, pero sin ninguna garantía, estipula la autorización, de entrada en el país. Caminando de un lado a otro por el pasillo del avión, no me sorprendió observar que quizá era el único palestino a bordo. Al llegar me encontré con que el aeropuerto estaba irreconocible, totalmente renovado desde la última vez que había entrado, sin colas especiales para los nativos, y sin infraestructura aparente para interrogarnos y desnudarnos (porque los palestinos con hawiyastienen prohibido desde hace años volar a Tel Aviv, y sólo pueden entrar en Cisjordania por el puente desde Jordania). Resultó que la nueva normativa se suspendió hasta el 5 de septiembre, y ahora, mientras escribo, hasta octubre. Es posible que pronto me prohíban volar a Tel Aviv, a pesar de mi pasaporte extranjero, y que, en consecuencia, tenga que viajar por el puente, sobre todo si quiero heredar propiedades, o si me emparejo con un tipo hawiya.

Árbol con cámara de vigilancia, carretera de Nablús, Jerusalén.

Pero esta vez mi paso por la frontera fue diferente. Una vez en el aeropuerto de Tel Aviv, bajamos por una pendiente de atractivo diseño hasta el control de pasaportes, en una cola poco atractiva, para lo que calculé eran tres horas de espera. Una pasarela móvil justo al lado de esta cola permite a los que acaban de llegar adelantarse a todos. Esta organización ilógica, y la agobiante espera, me tranquilizaron un poco, ya que esperaba colarme por los huecos. Y, efectivamente, pronto llegó una policía de fronteras para repartir una pila de papelitos azules mágicos, preguntando a cada persona el motivo de su visita antes de pasarle un papelito azul. Me miró a los ojos y me entregó uno sin mediar palabra y sin mirar siquiera mi pasaporte. Ya podía irme. Me pregunté si ya me habían identificado, mediante los controles biométricos utilizados antes y después del control de pasaportes, que toman repetidamente fotografías de la cabeza con una cámara que parece atravesar los ojos, o mediante la solicitud previa al viaje por Internet. Probablemente estaba plenamente identificado, y la policía no se molestó en investigar en esa frontera, quizá porque hace tiempo que superé la edad de la invencibilidad.

Tomé el tren hasta la estación central de autobuses de Jerusalén Oeste. El tranvía que lleva a los viajeros desde la estación de autobuses hasta una parada cercana a la Puerta de Damasco no funcionaba. Pregunté a una joven por el autobús, pero nunca había oído hablar de la Ciudad Vieja ni de la Puerta de Damasco. Más tarde pensé que tal vez podría haberme llevado al Muro de las Lamentaciones. Su ignorancia de todo lo que había fuera de su mundo y al final de la calle hizo que mi entorno me pareciera aún más irreal y desorientador. 

Durante esa primera noche en Jerusalén, paseé por toda la ciudad vieja con un amigo, que me comentó que la resistencia palestina había terminado en la ciudad vieja debido a las cámaras de vigilancia, con la excepción del barrio de Bab Hutta, adyacente a la mezquita de Al Aqsa. Mientras caminábamos por la Ciudad Vieja, señaló el inimaginable número de cámaras de vigilancia. Es como si la ciudad sirviera ahora de escaparate para el negocio global de Israel en sistemas de seguridad (que durante décadas ha incluido también la formación de la policía, el ejército y diversos servicios secretos de muchos países en tortura, vigilancia, técnicas de elaboración de perfiles raciales y dispersión por la fuerza de manifestaciones). Si algún palestino intenta realizar actos de resistencia y huye disfrazado, las cadenas de cámaras de vigilancia informatizadas repartidas por toda la ciudad reconstruyen las imágenes de las partes de su cuerpo captadas por las cámaras durante la huida. Un joven intentó apuñalar a un israelí ese día en la Ciudad Vieja, hiriéndole por poco. "¿Cuánto tiempo estará encarcelado?" "Unos 18 años".

Charlamos mientras avanzamos. Los israelíes han echado el ojo a grandes propiedades en la Ciudad Vieja y ofrecen a los propietarios palestinos grandes sumas de dinero por ellas, me explica mi amigo. Varios palestinos han vendido sus casas a israelíes. Pero si alguien localiza a una sola persona que venda propiedades a los israelíes y luego se marche a Estados Unidos a esconderse con sus riquezas, probablemente no habrá más ventas a los israelíes. Por ahora, estos nuevos residentes israelíes se trasladan al corazón de la Ciudad Vieja para vivir en sus puestos de avanzada militarizados, detrás de gruesas puertas metálicas, rodeados de vecinos no deseados. Los residentes israelíes contratan guardias de seguridad privados, excesivamente armados, para que les acompañen a sus búnkeres e incluso escolten a sus hijos. Vi a un ultraortodoxo fuertemente custodiado entrar en el callejón de Hosh el-Shawish cargado con bolsas de papel higiénico, verduras y plátanos, y pasar delante de nosotros mientras tomábamos café justo contra su puerta metálica. El palestino que regenta el pequeño café, encajado en un codo de este estrecho camino, me describió el interior de su enorme espacio. Lo conoce bien, ya que cada semana las familias que viven detrás de la puerta metálica le piden que entre y apague, y luego encienda, las luces antes y después de su Sabbath. Viven en un intercambio íntimo, por no decir otra cosa. Y con las decenas de miles de cámaras de vigilancia instaladas en una Jerusalén repleta de soldados, informadores y tropas de guardias de seguridad privados, ¡todo va bien! Y los palestinos, cada mes más desposeídos.

Al atardecer, compramos té a la menta en vasos de papel en un carrito de Musrara, justo enfrente de la Puerta de Damasco, regentado por un vendedor apodado El-Dawi (¡y nos alumbra el camino!). Nos sentamos en las escaleras de la Puerta de Damasco. A medida que la tarde y la ciudad se extendían ante nosotros, sentimos que esta fortaleza de Solimán el Magnífico se convertía en un salón palestino. Participamos en la reunión, la conversación y la sahra, en nuestra suave velada juntos. Aquella noche, los soldados israelíes, con sus pesados trajes y sus horribles implantaciones en lo alto de las escaleras y a la entrada de la Puerta de Damasco, no se llevaron a ningún joven para golpearlo y detenerlo. Nadie les hizo caso.

Los palestinos de la Ciudad Vieja están cada vez más empobrecidos y viven hacinados, por lo que el frescor de la noche y la belleza de la ciudad resultaron refrescantes. Un padre jugaba con su hijo pequeño en los escalones, abrazándolo y luchando con él justo a nuestro lado, mientras conversaba con su mujer. Nos sentimos invitados a su casa. Dos jóvenes adolescentes que esta familia conoce gritaron alborozados desde lo alto de la Puerta de Damasco, la almena central, con los brazos alzados gallardamente: "¡Son los reyes de Jerusalén! Jerusalén les pertenece.

 

Lea la continuación de esta columna en la Parte 2: De Jerusalén a Ramala y Ein Qinya, el 31 de octubre de 2022.

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