A la deriva: Cómo nuestro mundo perdió el rumbo, de Amin Maalouf
Ediciones del Mundo (2020)
ISBN 9781642860757
Sarah Alkahly-Mills
El 4 de agosto, dos explosiones sacudieron el puerto de Beirut, causando centenares de víctimas mortales, dejando a miles de personas sin hogar, provocando daños sin precedentes en la capital libanesa y agravando aún más una situación volátil ya de por sí insoportable por el doble problema de Covid-19 y una economía paralizada. Tras el desastre, fue como si algo hubiera cambiado irrevocablemente. Atrás quedaban las fiestas callejeras y los eslóganes descarados de la Revolución de Octubre, el espíritu optimista de las protestas que me habían llevado a la poesía y nos habían llevado a la diáspora a las embajadas libanesas de nuestros países de acogida en señal de solidaridad. Líbano está ahora en los huesos, y está lívido. En la Plaza de los Mártires, los activistas han colgado lazos destinados a los políticos a cuya corrupción y negligencia culpan de la tragedia. ¿Hasta dónde habría que remontarse en la historia para localizar la raíz del problema? Esta última catástrofe parece ser sólo la culminación de una larga serie de desgracias.
"No conocí el Levante en su apogeo", escribe Amin Maalouf, de 71 años, nacido en Beirut y ganador del prestigioso Premio Goncourt por su novela de 1993 La roca de Tanios, que entrelaza lo personal y lo político, la realidad y la ficción, en un relato sobre el Líbano del siglo XIX. "Llegué demasiado tarde, del espectáculo sólo quedaba un telón de fondo hecho jirones, del banquete sólo quedaban unas migajas. Pero siempre tuve la esperanza de que algún día la fiesta volviera a empezar, no quería creer que el destino me había visto nacer en una casa ya condenada a la demolición".
Sus palabras resultarán dolorosamente familiares a generaciones de habitantes de Oriente Próximo que han tenido que soportar penurias en sus países de origen o las han visto pasar desde lejos, suspirando por tiempos pasados. Yo misma crecí con la idea de un Líbano anterior a la guerra civil, transmitida por mi madre y mi tía, ambas en la diáspora y añorantes de su patria, de su infancia o de ambas cosas. Supe que mi familia había tenido un olivar y un manzanar; que, de niños, bebían de los arroyos cristalinos del valle de Kadisha; que mi abuelo hacía viajes regulares a Trípoli y traía dulces, cuya fragancia a agua de rosas llenaba la casa. Intentaban recrear las recetas en su nuevo país, pero el sabor del perejil y el calabacín nunca era el mismo. Líbano se convirtió en un paraíso para mí, y sólo la realidad de sus últimos años -y una visita inoportuna durante su crisis de la basura de 2016- pondrían en duda esta noción. Y aun así, me encantaba.
Amin Maalouf nació en Beirut de padres cristianos de origen melquita y maronita. Fue director del diario de Beirut An-Nahar hasta el estallido de la Guerra Civil en 1975, momento en que se trasladó a París, donde vive desde hace casi 50 años. Aunque su lengua materna es el árabe, Maalouf optó por escribir en francés. Ha recibido varios premios y títulos honoríficos de universidades de todo el mundo. Su obra se ha traducido a más de 40 idiomas. Sus obras de no ficción, entre las que destacan En nombre de la identidad, Mundo desordenado y, más recientemente, A la deriva, exploran a menudo temas relacionados con la confluencia entre Oriente y Occidente, la identidad y lo que él considera los valores universalistas de la tolerancia y el pluralismo.
Maalouf pasó sus primeros años en Egipto. En Adrift escribe: "No intento demostrar nada", citando ejemplos que atestiguan la riqueza cultural de un Egipto del que se enamoró a través de las historias de su propia familia. "Simplemente trato de transmitir la impresión que me transmitieron mis padres: la de un país excepcional que vivía un momento privilegiado de su historia... Por supuesto, una parte de ello era la nostalgia común que cualquiera en el ocaso de su vida puede sentir al recordar su dorada juventud. Pero había algo más; la palabra de mi madre no era mi única prueba. He escuchado a tanta gente, he leído tantos relatos que no me cabe la menor duda de que -por un momento brillante, para un sector concreto de la población- existió un paraíso llamado Egipto".
La nostalgia, sin embargo, ese sentimentalismo que baña el pasado en un suave resplandor, es una palabra demasiado rosada para describir la cualidad que caracteriza Adrift: How Our World Lost Its Way (publicado por primera vez en 2019 por Grasset como Le naufrage des civilisations y traducido por Frank Wynne). El autor se aflige por un Levante perdido por los conflictos y las múltiples vicisitudes de un turbulento siglo XX. Tan importantes fueron las turbulencias que llevaron a la región a un "descenso a los infiernos" que Maalouf ve en ellas el germen del malestar del mundo entero. Tampoco le falta razón en su valoración de la gravedad de aquellos acontecimientos.
Maalouf traza hábilmente una línea desde lo que él considera años cruciales en la historia de Oriente Próximo hasta algunos de los dilemas más acuciantes a los que se enfrenta actualmente la humanidad. Desde la humillante derrota árabe en la Guerra de Junio de 1967 y el crítico año de 1979 -en el que se produjeron la Revolución Iraní, el sitio de La Meca y la invasión soviética de Afganistán- hasta las "revoluciones" conservadoras de Reagan y Thatcher y la caída del comunismo, Maalouf relaciona las causas con los efectos hasta llegar al año actual y su cúmulo de males: la fragmentación de la sociedad, las amenazas a la privacidad en nombre de la seguridad y los daños causados por un capitalismo descontrolado, entre otros problemas. El alcance es muy amplio, de hecho, y podría haberse beneficiado de un enfoque más estricto para permitir espacio en la exploración de los detalles de los principales acontecimientos que, individualmente, merecen sus propios libros. Maalouf ha asumido una tarea ambiciosa al abarcar tanto terreno y rastrear una condición general de todo el "mundo" contemporáneo hasta una multitud de momentos decisivos de la historia. Y, sin embargo, todo encaja.
Al leer a Maalouf, uno tiene la impresión de estar cómodamente sentado en una habitación a su lado. Esta historia es profundamente personal para el autor. De hecho, en algunos momentos, cuando vuelve a reflexionar sobre dónde se encontraba en uno u otro momento trascendental de la historia, es casi como leer una novela conmovedora. "Los caprichos de mi vida como periodista hicieron que, durante la revolución iraní, volviera a ser testigo de una de las grandes convulsiones de mi época", escribe en la sección "El año del gran cambio", en la que se explaya sobre 1979, su significado y el cambio en el Zeitgeist de la época. "Utilizo el término 'testigo' en su sentido más literal: cuando se anunció la fundación de la República Islámica, yo estaba en un pequeño teatro de Teherán; en el escenario, frente a mí, sentado en una gran butaca ante el telón, estaba el ayatolá Jomeini. Era el 5 de febrero de 1979, y esta extraña imagen quedó grabada para siempre en mi memoria".
Sus relatos de testigos oculares imprimen a Adrift un carácter íntimo que de otro modo estaría ausente en las narraciones históricas ordinarias; dan vida a las escenas. Al principio del libro, escribe: "Tenía ocho años cuando visité por última vez nuestra vieja casa de Heliópolis", refiriéndose a la casa de su madre en Egipto, que la familia se vería obligada a abandonar debido a la creciente presión sobre las minorías egipcias en la década de 1950. Refiriéndose al líder egipcio de aquella época, Gamal Abdel Nasser, Maalouf sugiere que sus políticas provocaron un éxodo masivo de las llamadas comunidades "egipcianizadas", algunas de las cuales llevaban varias generaciones, incluso siglos, establecidas a orillas del Nilo; Maalouf define a estos exiliados "egipcianizados" como "sirio-libaneses, italianos, franceses, griegos, judíos o malteses". No es casualidad que todos o la mayoría de los "egipcianizados" mencionados por Maalouf en Adrift fueran no musulmanes. Gran parte del libro lamenta cómo la etnia y la religión han provocado la caída de las naciones levantinas, conocidas por su tolerancia y prosperidad hasta la década de 1950.
Maalouf entreteje a la perfección detalles personales en el tejido histórico de su relato: "Mi madre me llevó a ayudar a empaquetar algunas cosas antes de que abandonáramos definitivamente el lugar. Mi abuela acababa de fallecer de cáncer. La casa estaba a su nombre, como era habitual en aquella época, y la vendió en su lecho de muerte a un oficial del ejército egipcio. Por una fracción de su valor, ni que decir tiene, aunque hizo prometer al comprador que conservaría la estatua de Santa Teresa que adornaba la fachada... El oficial fue fiel a su palabra, al igual que sus herederos. Que yo sepa, Santa Teresa sigue allí".
A la deriva es un libro agradablemente coloquial; Maalouf dialoga con el lector, le plantea preguntas en previsión de posibles refutaciones a sus afirmaciones, en un tono paternal pero no pedante. Maalouf escribe con sinceridad, y su sincero deseo de que el mundo recupere los ideales que defiende -entre los que destacan la universalidad y el pluralismo- queda patente en cada página. En este sentido, Adrift se asemeja bastante a su otra obra de no ficción, Disordered World, en la que aborda temas similares y plantea que el mundo está, como sugiere el título, "desordenado", degradado. Curiosamente, la edición inglesa de Mundo desordenado salió en 2011, y Maalouf tuvo la oportunidad de comentar la incipiente Revolución Siria y la Primavera Árabe, que tanto potencial prometían.
"Si hay una lección que extraer de los acontecimientos de 2011, es que el futuro no se deja contener dentro de los límites de lo previsible, lo verosímil o lo probable. Y precisamente por eso contiene esperanza", escribió entonces. Con la brutal represión del levantamiento sirio, Maalouf sufriría una decepción que, además de la experimentada por cualquiera que hubiera esperado que de estos acontecimientos surgiera un mundo mejor, parece casi exclusiva de los escritores con el valor de especular sobre el futuro a la vista de todos. Para cuando se escribió A la deriva, habría tenido sobradas oportunidades de reflexionar sobre hasta qué punto el desenlace se desviaba de aquella ferviente esperanza que expresó en la página escrita para la posteridad: La guerra civil siria se acerca ahora a su décimo año. "Recuerdo haber visto el naciente levantamiento sirio en abril de 2011, imágenes filmadas por la noche en las que los manifestantes marchaban y coreaban: "¡Vamos al cielo, mártires por millones!". Un eslogan que pronto tuvo eco en otros países de la región. Observé a estos hombres con tanta fascinación como horror. Demostraron un gran valor, sobre todo porque iban desarmados mientras los partidarios del régimen abrían fuego en cada manifestación", escribe en Adrift. Más que el derrocamiento de una dictadura brutal, Siria vería cómo franjas de su territorio eran absorbidas por el retrógrado Estado Islámico, y el mundo sufriría las repercusiones de ello en los atentados terroristas que lo arrasaron, demostrando uno de los postulados centrales de Maalouf: que la humanidad está inexorablemente unida, para bien o para mal. El fenómeno del ISIS también recordaría aleccionadoramente sus palabras en su otro título de no ficción, En el nombre de la identidad: "Cuando la modernidad lleva la marca del 'Otro' no es de extrañar que algunas personas que se enfrentan a ella blandan símbolos del atavismo para afirmar su diferencia".
Aunque afirma que "no es de los que les gusta creer que 'las cosas eran mejores en [su] época'", Maalouf emplea un lenguaje bastante fuerte que se prestaría a tal interpretación de su perspectiva. "En el camino de la ruina" y "Un mundo en decadencia" son sólo un par de las frases que utiliza para iniciar secciones del libro. Tal vez el lenguaje hiperbólico sea una característica necesaria de un tomo que intenta una empresa tan grandiosa como la de diagnosticar el mundo entero. Sin embargo, no le falta razón al afirmar que la humanidad se enfrenta ahora a retos únicos, especialmente en lo que respecta a la tecnología invasiva, el auge de la inteligencia artificial y el cambio climático, amenazas a las que se enfrenta el mundo entero.
A pesar del carácter universal de su mensaje, hay momentos en los que parece que Maalouf escribe para un público occidental, como demuestran los intentos de persuadir al lector de que los árabes no son todo lo que a menudo se dice de ellos. Tras exponer en el capítulo anterior el fenómeno del marxismo en Oriente Próximo, escribe: "Esta breve digresión sobre la accidentada historia del marxismo pretendía principalmente recordar la 'normalidad' del mundo árabe, una forma de subrayar que durante mucho tiempo albergó los mismos sueños y las mismas ilusiones que el resto del planeta. Sentí la necesidad de subrayar este punto, ya que la visión que prevalece hoy en día del mundo árabe es precisamente la de una "otredad" fundamental".
Aunque la mía no es una crítica a la decisión de Maalouf de dirigirse a un público occidental (si es que es ése el caso y su intención), sí es trágicamente revelador del efecto sostenido de la exposición de los medios de comunicación occidentales, que rara vez muestran algo más que imágenes de guerra de la región y retratos estereotipados de los árabes, que un autor de origen libanés sienta la necesidad de contrarrestarlo.
A la deriva triunfa en gran medida cuando muestra la extraordinaria capacidad de Maalouf para establecer, a través de la historia, la interconexión de la humanidad. Partiendo de su extensa metáfora sobre el mar, los naufragios y la navegación, y tomando prestada una frase muy citada de John Donne, ningún hombre es una isla, aislado del resto. Estamos inextricablemente unidos, como demuestra sobradamente Maalouf al seguir el rastro de la historia y enlazar sus múltiples convulsiones para construir una imagen completa del presente, ofreciendo así también una vía para alcanzar una solución; saber cómo hemos llegado hasta aquí y dónde se ha torcido todo es, después de todo, la mitad de la batalla. Aunque el libro toca algunos puntos polémicos -las invectivas sobre la política de identidad pueden resultar espinosas para quienes creen en sus méritos-, también plantea muchas preguntas pertinentes. ¿Cuáles son los verdaderos parámetros del progreso en un planeta donde el crecimiento infinito es sencillamente insostenible? ¿Cuáles son los efectos de una fragmentación continua, incluso expresada en la aparición de Estados-nación? ¿Cómo pueden los países árabes aprender de otros que se han recuperado de conflictos devastadores, como Alemania o Japón?
A la deriva presenta una forma digerible de abordar estas cuestiones, al tiempo que sirve de oportuna advertencia para encauzar juntos un rumbo mejor, pues es nuestro futuro colectivo lo que está en juego.