Todo el Estado libanés, desde el más humilde empleado hasta el más alto ministro, se había presentado y estaba esperando a que Ghazaleh terminara su defensa para poder colmarle de felicitaciones y saludos.
Nota del traductor:
El novelista Fawzi Zabyan sirvió en las Fuerzas de Seguridad Interna libanesas durante diecinueve años, tiempo en el que también se licenció en Filosofía. Memorias de un policía libanés (2024) es su octavo libro, en el que relata su experiencia como agente de policía entre 1993 y 2012. El libro no es sólo una mirada poco común -literaria y cínicamente divertida- al funcionamiento interno del aparato de seguridad, sino también un documento histórico de una época tumultuosa, en el que detalla el funcionamiento político del país durante la ocupación militar siria y tras su derrocamiento.
Desde 1976 hasta 2005, Líbano estuvo bajo ocupación militar siria. Enviadas inicialmente como "fuerza de mantenimiento de la paz" durante la guerra civil libanesa, las fuerzas sirias permanecieron en el país una vez finalizada ésta en 1990, y durante la posguerra Siria se convirtió en la autoridad de facto del país, con una importante influencia militar, política y económica en Líbano. Durante esta época, había puestos de control militares sirios por todo el país y los políticos libaneses se desvivían por demostrar su lealtad al régimen sirio. Esto significa que Siria era el gobernante de facto de Líbano, con soldados sirios capaces de ejercer jurisdicción sobre el aparato de seguridad libanés y el Estado libanés esencialmente gobernado por quienquiera que fuera el jefe de la inteligencia militar siria: primero, Ghazi Kanaan, luego Rustom Ghazaleh.
Por último, cabe señalar que, como en muchos países francófonos, especialmente en las antiguas colonias francesas, la policía libanesa es en realidad una gendarmería. Es decir, una fuerza militar armada, la parte del aparato de seguridad más amplio encargada de mantener la seguridad interna.
Fawzi Zabyan
Traducido por Lina Mounzer
CAPÍTULO 49
Me desperté con los sonidos intermitentes de un saxofón flotando desde el piso situado justo debajo de la comisaría, que albergaba el conservatorio de estudios superiores de música. Así es, la comisaría y el cuartel de Ramlet El Bayda ocupaban el segundo piso de un edificio cuya primera planta estaba ocupada por el conservatorio de música y que daba al edificio de la UNESCO en su parte oriental. El sonido no me molestó lo más mínimo, de hecho me relajó de una forma que no esperaba.
Una vez pregunté por las tasas de matriculación en el conservatorio, pensando en estudiar saxofón, salvo y por desgracia mis días fueron tan caóticos y atascados que me llevaron lejos de ese objetivo, y a día de hoy me arrepiento de haberme fallado a mí mismo en este aspecto en concreto... Nietzsche, uno de mis compañeros tanto en filosofía como en la vida dice que sin música, el mundo sería un terrible error, y estoy de acuerdo.
El sonido del saxofón compitió por mi atención con un alboroto que se filtraba por debajo de la puerta del dormitorio, y entonces la puerta se abrió de golpe y de forma precipitada mientras yo aún me encontraba en un estado entre la vigilia y el sueño.
El sargento Pincher me hizo un gesto para que me levantara rápidamente y me pusiera el uniforme militar. En realidad no se llamaba Pincher, pero se había ganado el apodo cuando un día otro oficial le sorprendió de repente en el lavabo y le pilló pellizcándose el cuello en carne viva. Pincher no tenía tanta suerte atrayendo a las chicas como sus compañeros policías, así que había ideado una manera de engañar a la gente haciéndoles creer que tenía una relación caliente y pesada con una mujer salvaje que le mordía por todo el cuello y el cuerpo cuando tenían relaciones sexuales... y desde ese momento se le conocía como Pincher.
Se puso furioso cuando se enteró de que su colega había desvelado su secreto y dejó de pellizcarse después de aquello, pero el apodo se le quedó grabado y borró todo recuerdo de su verdadero nombre y ahora nadie le conocía más que como el Sargento Primero Pincher.
Me vestí como un rayo y, junto con un grupo de oficiales del cuartel, fui conducido por el comandante a cargo de la estación a mi universidad, a la facultad a la que asistía, ¡la Facultad de Letras!
La facultad estaba abarrotada de coches, mucho más de lo habitual, y todos esos políticos acudían en masa como locos... "¿Qué demonios está pasando?", murmuró el Mayor, como si cavilara en voz alta para sí mismo. Yo tampoco tenía ni idea de lo que estaba pasando; en todo el tiempo que llevaba asistiendo a la universidad como estudiante de filosofía nunca había visto el lugar tan abarrotado de gente y coches y Range Rovers con las lunas tintadas.
El Mayor no nos había dicho nada sobre la naturaleza de nuestra misión, y su cara revelaba claramente que todo esto era una sorpresa inesperada para él... Muy bien, pues, nos enteramos de que el General de Brigada Rustom Ghazaleh estaba defendiendo su tesis doctoral en historia aquí mismo, en la Facultad de Letras, en el Aula Magna Nizar Al-Zain, en el centro de la universidad, que estaba abarrotada de políticos y clérigos libaneses que se habían presentado en sorprendente número para asistir a la defensa de la tesis de Ghazaleh.
Un grupo de jóvenes de la Asociación de Proyectos Benéficos Islámicos, más conocida como el partido Ahbash, estaban ayudando a dirigir el tráfico y a aparcar los coches, y todo era un caos de confusión. "... Le juro, señor, que no tenía ni idea, nadie me lo ha dicho". El comandante hablaba por su walkie talkie, intentando justificar su tardanza en llegar con su escuadrón, y yo no tenía ni idea de quién estaba al otro lado de la línea, tal vez el general de brigada de la policía de Beirut o el director general de las Fuerzas de Seguridad Interior o puede que incluso el propio ministro del Interior.
Tras su reprimenda, el comandante cambió sus murmullos por maldiciones y nos ladró que nos desplegáramos rápidamente por todo el lugar.
Ese día se habían interrumpido todas las clases en la universidad, y había una multitud de gente paseándose de un lado a otro por la acera, ya que en la sala de conferencias no cabían todos los que habían acudido. Todo el Estado libanés, desde el más humilde funcionario hasta el más alto ministro, había acudido y esperaba a que Ghazaleh terminara su defensa para poder colmarle de felicitaciones y saludos. Había quienes esperaban en sus coches y quienes esperaban en el vestíbulo interior que conducía a la sala de conferencias y quienes arrastraban los pies por las aceras con caras tan repulsivas como las suelas de sus zapatos, y no hay exageración alguna en esa descripción.
"Tío, que se joda este país", dijo uno de mis compañeros mientras sorbía café de un vaso de plástico, a lo que yo respondí, contemplando todos los aspectos repugnantes de los clérigos y los políticos y las personalidades de los medios de comunicación: "Que se joda".
Por curiosidad, intenté colarme en la sala donde Ghazaleh estaba presentando y donde estaban sentados su supervisor de doctorado de mierda y el resto del comité de defensa, pero algunos miembros de Ahbash me detuvieron y me pidieron educadamente que esperara fuera, en la calle principal. Con indiferencia, accedí.
Encontré al comandante sentado en su vehículo militar sorbiendo su café con clara irritación, la humillación a la que había sido sometido aún evidente en sus facciones. Mis amigos izquierdistas de la facultad me vieron y empezaron a burlarse de mí, y una de mis amigas del grupo anarquista exclamó en voz alta al pasar: "¡Aww, mirad al valiente señor oficial manteniendo a salvo a nuestros ocupantes!".
"Chúpamela", respondí con una risita.
No recuerdo cuánto duró la presentación, pero sí recuerdo que mi malestar ese día creció hasta ser casi asfixiante. Como pude, evité incluso venir al campus con mi uniforme de policía puesto, y mucho menos que venía a esta mierda de trabajo relacionado con esta mierda de defensa de tesis a la que asistía un número abrumador de políticos y clérigos de mierda....
Y así, ese día que comenzó con el hermoso susurro de un saxofón resultó ser uno de los días de mierda más supremos de mi vida como policía.