Mi pastel favorito(Keyke mahboobe man) es una coproducción de Irán/Francia/Suecia/Alemania, dirigida por Maryam Moghaddam y Behtash Sanaeeha. Se estrena en los cines europeos en febrero, y en VOD limitado. La película ha estado en festivales y ha ganado varios premios, entre ellos Berlín 2024 (Competición) - Premio de la Crítica Internacional y Premio del Jurado Ecuménico; Cabourg, Romantic Days 2024 (Competición) - Gran Premio del Jurado; Pass Culture 2024 - Premio al Favorito de los Jóvenes; Festival 2 Cinéma des Valenciennes - Premio Revelación y Premio de la Crítica; y el Premio del Público del Festival de Montreuil.
Mahin y Faramarz construyen una historia propia, que no tendrá realidad en ningún otro lugar, en ningún otro momento, para nadie más. Su relación es un acto de pura subversión.
Karim Goury
Sentarse en una sala de cine y ver una película es un viaje geográfico y temporal que, a través de sus imágenes, su lenguaje o su estructura, transmite el espíritu de un lugar o una época. Mi tarta favorita de Maryam Moghaddam y Behtash Sanaeeha, nos lleva a Teherán, un pandemónium de cineastas donde, paradójicamente, el cine es un antídoto permanente contra la teocracia.
Mi tarta favorita transmite la historia de Mahin, una mujer de 70 años que soporta su soledad con humor y fatalismo, a pesar del apoyo de sus amigas (divorciadas o viudas como ella), y de Faramarz, un taxista de la misma edad, que también avanza por el camino sin nadie en su vida.
¿Cómo, en el Irán represivo de hoy, puede nacer de este encuentro una historia de amor? ¿Cómo, a una edad en la que se cree que la aventura ha terminado, puede comenzar una historia? Para ello, necesitan tiempo, pero Mahin y Faramarz no tienen mucho. También necesitan espacio, pero Teherán es una ciudad patrullada por la policía de la moral, que merodea por las calles, los parques y las tiendas, dispuesta a acosar a las mujeres y castigar a los amantes.
Lo que la película crea, pues, es un continuo espacio-tiempo en el que Mahin es la instigadora y dueña del juego, y en el que inscribe a Faramarz, sorprendido y feliz, ya que hacía tiempo que había renunciado a sentir la más mínima esperanza de volver a estar enamorado. La acción queda relegada casi por completo a la casa de Mahin, donde la película transcurre en el espacio de una sola noche.
Si Mi tarta favorita comienza como una comedia costumbrista, evoluciona rápidamente hacia un romance y finalmente nos atrapa, terminando profunda y oscura, algo que no habíamos sospechado en las secuencias iniciales. Al ver esta película, uno tiene la sensación de que los codirectores Maryam Moghaddam y Behtash Sanaeeha querían pintar un retrato del Irán actual con pequeñas pinceladas, sin recurrir a la caricatura. A través de los ojos de sus dos protagonistas (con Mahin como personaje principal), describen una sociedad iraní que funciona al revés, donde los valores son antagónicos a su contrario: el día frente a la noche, el exterior frente al interior, lo privado frente a lo público.
La noche es la temporalidad de todas las posibilidades, mientras que el día está sujeto al juego hipócrita que todo iraní parece jugar por coacción. El exterior se muestra en su banalidad cotidiana, pero un paseo por un parque se transforma en una escena de arbitrariedad cuando la policía de la moral acosa a dos jóvenes que no llevan el velo "correctamente". La violencia de esta intervención muestra el tipo de neurosis colectiva que la intrusión de la política en la intimidad puede crear en este país.
Podríamos pensar que el hogar es el único lugar seguro, pero también en este caso la película relativiza las cosas al mostrarnos, al anochecer, la inquietante intervención del vecino de Mahin, posible espía del régimen, difuminando la frontera entre lo privado y lo público. Así, comprendemos que incluso la esfera íntima está en parte bajo control en el país de la revolución islámica, una sociedad infantilizada por los poderes religiosos que consideran inmaduros a sus ciudadanos (especialmente a las mujeres), y los vigilan para que no la líen parda. Es en este contexto hostil donde la relación entre Mahin y Faramarz debe encontrar su lugar.
A lo largo de la película, los directores plantean la cuestión del sexo sin representarlo. Hay varias razones para ello. En primer lugar, la edad de los personajes. A los 70 años, el deseo ya no se expresa en los términos de la juventud. La relación con el cuerpo cambia, así como la relación con el placer físico: el sexo ocupa un lugar especial, y es fácil apreciar el pudor de Mahin y la ternura de Faramarz. Pero Mi tarta favorita también nos hace sentir lo intrusiva que es la religión del Estado, que ha convertido el sexo en tabú e invisible, hasta el punto de hacerlo imposible. En consecuencia, la comida y el alcohol son los placeres a los que Mahin y Faramarz se entregan juntos.

Ciertamente, la vida es posible en Irán, y una cierta quietud prevalece en las escenas exteriores (sobre todo cuando Mahin va a comprar al supermercado). Pero la vida también es posible en los barrios de Caracas, en la laguna de Lagos o bajo la autopista de Porte de la Chapelle. La cuestión es cuál es el valor de esta vida cuando está sometida a estas condiciones particulares, en este caso, a una vigilancia frecuente.
En Irán, la libertad está dentro, la amenaza viene de fuera, de quienes se supone que nos protegen. Por eso la película construye un mundo propio, confinado al encuentro de los dos protagonistas. Cómplices de su deseo (como los dos directores), Mahin y Faramarz deciden centrarse en la belleza de las cosas a pesar de todo lo que juega en su contra (su edad, las ideas preconcebidas, el peligro, la vigilancia, la religión), y creer firmemente en ella. A partir de ese momento, nace una gran sensualidad entre este hombre y esta mujer. Todos sus sentidos despiertan de un largo letargo.
El espectador se convierte en testigo privilegiado de su sutil juego de seducción, del renacimiento de la alegría, y participa en el ágape a través del movimiento fluido de una cámara llevada en largas secuencias que nos adentran en su danza, en su canto, en el deleite del momento.
Por supuesto, a veces no nos lo creemos de verdad. Hay una escena un poco exagerada, un diálogo un poco plano o una expresión un poco forzada. A veces, una situación ligeramente afectada roza lo empalagoso.
Nosotros también nos sentimos un poco avergonzados por su torpeza.
Pero nos aferramos a su historia porque, como ellos, sentimos que es la última oportunidad, la que no volverá a presentarse y que no queremos dejar escapar. Nos odiaríamos tanto. Como Mahin y Faramarz, fingimos creer, cerramos los ojos y bailamos a pesar del dolor, a pesar de la respiración entrecortada. Tomamos otro vaso de vino, dejándonos vencer por la embriaguez que nos hace ligeros, que nos permite esperar lo que ya nadie espera de nosotros, aunque sepamos que está prohibido, que es pecado.
Esta noche, todo vuelve a empezar y todo termina. Disfrutamos del momento, de lo imprevisto que se nos ofrece por última vez, no nos importa la política ni la religión. Disfrutamos de esta oportunidad como si fuera una fantasía, un sueño que puede desaparecer y desaparecerá. Lo sabemos porque es el orden natural de las cosas.
Esta urgencia por creer, aunque signifique coquetear con los límites de la realidad y la fantasía, queda patente en una de las escenas más bellas de la película. Faramarz, ebrio de vino y deseo por Mahin, recupera el aliento mientras mira una foto colgada en la pared. Un recuerdo. Durante una fracción de segundo, se confunde, creyendo haber vivido realmente ese momento, que sólo pertenece al pasado de Mahin. Como si siempre hubieran vivido juntos, como si tuvieran un pasado común...
Aquí sabemos que entre ellos se ha creado un vínculo que se ha vuelto irrompible.
Qué Mi tarta favorita nos dice es que la libertad la construyen ante todo las mujeres. Es una mujer la que asume la libertad y el loco riesgo de invitar a un hombre desconocido a su casa. Es una mujer que transgrede la ley inicua de los hombres, cautelosa pero decidida a cruzar las líneas rojas que impone su poder.
De secuencia en secuencia, de diálogo en situación, Mahin atrae al hombre, Faramarz, hacia su deseo, y juntos inventan la relación de su vida, juntos se liberan de las leyes que la política religiosa impone a sus cuerpos y mentes: Michel Foucault llamó a esto "biopolítica".
La liberación que presenciamos en la gran pantalla es, en efecto, política. Es política devuelta al ámbito de lo privado, de lo íntimo. Las autoridades iraníes, visiblemente cinéfilas, no se equivocaron al confiscar sus pasaportes y prohibir a Maryam Moghaddam y Behtash Sanaeeha acompañar su película a la Berlinale 2024, donde fueron galardonadas con el Premio Ecuménico del Jurado y el Premio Fipresci del Jurado.
Pero el absurdo de las sanciones es total, porque en mi opinión, Mi tarta favorita es una película profundamente religiosa. El título es prueba de ello. Sin divulgar el final de la película, podemos decir que la tarta favorita, la mejor tarta, la que Mahin prepara para Faramarz, es la que nunca comeremos, la que guardaremos para después, cuando llegue el momento de disfrutarla, liberados de todo. Así, la alusión a una epifanía del "después" remite a la fe en un Dios, o en todo caso en la trascendencia.
El hogar de Mahin es un mundo ideal donde todo es posible. Mahin y Faramarz construyen su propia historia, que no tendrá realidad en ningún otro lugar, en ningún otro momento, para nadie más. Su relación es un acto de pura subversión.
Esa es la belleza de esta película y de su utopía: asistir al nacimiento de un mundo a través del deseo de los personajes y sólo para ellos, durante la eternidad de una sola noche.
