Al-Thakla. El árabe o el duelo originario

3 de marzo, 2024 -
Se repite el mismo patrón: cuando recurro al árabe, estoy buscando el amor radical. Cuando recurro al inglés, estoy buscando dinero...

 

Abdelrahman ElGendy

 

¿Cómo contener el dolor en una lengua que ha sido su principal perpetradora?

Desde octubre, algo se ha partido en mí. He intentado escribir sobre esta fractura. El inglés siempre me falla. A mis oídos, sus sonidos se han unido a la degradación diaria de mi pueblo: animales, avispas e insectos, salvajes, bárbaros...una lista que crece cada día. Asfixiado, me veo recurriendo al árabe.

Hace unas semanas, me subí a un escenario en Kansas City en una lectura para Palestina en la conferencia 2024 AWP. Recité el poema, أُعيذُكِ de la poetisa palestina mártir Heba Abu Nada. Tenía la necesidad compulsiva de leer el poema original en árabe tras su traducción al inglés; no me importaba si el público no lo entendía. Necesitaba expresar el dolor en la lengua en la que se había pronunciado originalmente.

La traducción me frustra. Las lenguas evolucionan para dar a luz términos específicos que traen consigo valores, historia y el entorno sociopolítico, satisfaciendo las crecientes necesidades expresivas de sus hablantes. Se me aprieta el pecho cada vez que quiero escribir dhulm y en su lugar escribo "injusticia". ¡Que sin sentido! Una in-justicia,  justicia, una mera ausencia de. Se queda corto ante el daño intencionado de dhulm, un daño que se produce no porque se niegue pasivamente la justicia, sino porque el mundo se une para infligírtela activamente, a ti por tu nombre, como un misil que alguien hubiese firmado antes de enterrarte bajo los escombros de tu casa. Un mal intencionado que, en árabe, merece una palabra propia.

Y la música, la música. En la traducción inglesa del poema de Heba, “I shield the oranges from the sting of phosphorous” ("Protejo las naranjas del veneno del fósforo") no puede captar el elegante juego sintáctico del árabe "faqad h'awwattu bil sabe'il mathani, minal fosfori ta'amal burtuqali". Cómo el objeto cuelga junto a las naranjas al final de la frase, insinuado por una fath'a en el meem de "sabor". Cómo "te concedo refugio" confluye en una potente invocación, Ou'ithoki. Cómo la damma en la hamza cambia el destinatario de la acción, el objeto kaaf abrazando suavemente el dhal, con una kasra debajo que revela el género. Por algo decimos en árabe que la poesía se saborea, no se lee. Una lengua que se deshace sobre la lengua pide ser saboreada.


El propio árabe se ha convertido en thakla: el duelo originario. La madre de una pérdida sin límites. No sólo lleva su mezcla única de melodías y coreografías, sino también de nuestras múltiples historias.


Ni siquiera enseñar el dedo gordo transmitiría mi rabia. Levantar un solo dedo es demasiado poco. En Egipto, levantamos todos los dedos menos el corazón, apuntamos y lanzamos el corazón como una flecha. Este pequeño pero gratificante acto de furia se me escapa hoy. Para transmitir mi rabia, me veo obligado a adoptar un gesto más fino pero universalmente reconocido. Pero incluso con la idea de dedo corazón, algo se vuelve a perder en la traducción.

En la misma conferencia de Kansas City, escuché a la escritora egipcia Noor Naga hablar de su experiencia viajando entre Occidente y El Cairo en los últimos meses. Cada vez que llega a un aeropuerto occidental, se tensa ante la posibilidad de que se reanude otra ronda de enfrentamientos al volver a entrar en este mundo en el que debemos arañar y gritar para que Palestina siga siendo humana y siga viva. En El Cairo, en cambio, dice que se puede sentir la pena suspendida en el aire: nadie habla de ella, pero todo el mundo la contiene. 

Mientras escuchaba, recordé cómo hemos sido testigos en nuestras pantallas de innumerables madres palestinas en Gaza acunando los miembros desgarrados de sus hijos. De decenas, a cientos, a miles, y luego a decenas de miles. En un momento, una madre; al siguiente, una thakla. 

Thakla tampoco tiene un sustantivo equivalente en español. ¿Qué significa tener una palabra distinta para describir a una madre en agonía por la pérdida prematura de un hijo? Me recuerda a un viejo dicho árabe: Laysatil na'ihatul thakla kal na'ihatil musta'ajara. Las lágrimas de los dolientes son incomparables [en su dolor] al llanto de una madre desconsolada, una takhla. 

El refrán resuena en mi mente mientras pienso en lo que dijo Noor: ¿qué hace que una pena se calle o exprese? Y me doy cuenta de que esto es árabe. El propio árabe se ha convertido en una thakla: el llanto de una madre, el duelo originario. No sólo lleva consigo su mezcla única de melodías y coreografía, sino también nuestras múltiples historias. El grito de ¡Mat el walad! mientras las balas israelíes destrozaban el cuerpo de un niño, Mohamed Al-Durrah, en el abrazo de su padre durante la Segunda Intifada, despertando a toda mi generación árabe sobre la causa palestina; tarareando "kan shayil alwanu, kan rayih' madrastu" en el autobús de camino a la escuela con un nudo en la garganta; las melodías de Al-Hulm Al-Arabi viejo reproductor de casetes del coche de Baba; las letras roncas de Ya Falstiniya suavizadas por los rasgueos del oud de Sheikh Imam; Zahrat Al-Mada'en de Fayrouz, a la vez alarma y canción de cuna; la voz de Shireen Abu Akleh filtrándose por los altavoces de nuestra televisión; y mis cánticos por Palestina tras nuestra revolución de enero de 2011, cuando creíamos que la Primavera Árabe daría paso a una tercera Intifada masiva y al fin de la ocupación.

Se repite el mismo patrón: cuando recurro al árabe, estoy buscando el amor radical. Cuando recurro al inglés, estoy buscando dinero... El inglés se deshace entre mis dedos porque es un recurso que tomo prestado para hacer que mi rabia y mi dolor sean legibles y así poder compartilo con el mundo. El árabe, sin embargo, palpita como un nervio desvestido: crudo, eléctrico, primario.

No necesitamos expresar el dolor porque la propia lengua, en todos sus dialectos, ya es dolor. Como una herida mal curada que estalla con un pequeño movimiento, y las letras que sangran sus cuentos, baladas, poemas, tarareos y derrotas con cada sabah el-kheir o keyfak?

Los escritores araboamericanos nacidos y criados en el exilio añoran una herencia de la que han sido separados e intentan reconocer el núcleo imperial que habitan. Intentan escribir su regreso a la patria perdida. Y yo me pregunto: ¿En qué me convierte eso? ¿Yo, que adopté voluntariamente la lengua de esta hegemonía occidental supremacista blanca? ¿Por qué estoy aquí? ¿Por qué abandono la abundancia árabe en la que he nacido?

Intento tranquilizarme: no tienes otra opción porque en esta lucha, los sistemas lingüísticos de los opresores son los que tienen más poder político. Sólo las palabras del imperio pueden dejarlo al descubierto ante sus propios súbditos. El inglés no me da un lugar en la mesa de negociaciones, de hecho no lo quiero. El inglés, en cambio, me ofrece la posibilidad de mostrar la mesa, de designar a sus ocupantes. Y ser escuchado cuando los señalo. 

Esto es lo que me digo a mi mismo, pero es no impide que cada sílaba del inglés se haga pesada por mi lengua, como si fuese una trahición.

Siempre me he preguntado si puedo permitirme no escribir en inglés. Hoy, lo que está pasando en Palestina me ha llevado a preguntarme si puedo permitirme escribir en inglés.

Y otra vez más, me encuetro sin solución, experimento, haciendo aproximaciones, comentando. Me quemaron, al igual que mis hermanos árabes, y nunca volveremos a ser los mismos. Mientras intento resurgir de las cenizas, me reconcilio y me prometo a mi mismo que subvertiré el lenguaje del imperio. Le infudiré fragmentos de vidrio antes de dejarlo escapar de mis dedos. Lo doblaré, enredaré su sintaxis y manipularé su dicción, grabando en sus paredes mis encantamientos de liberación. Plantaré semillas de cardamomo en mis declaraciones para que mis torturadores muerdan su aroma cuando consuman mi versión de su lengua.

Cuando el peso del imperio en mi garganta me agota, vuelvo corriendo al árabe y hago gárgaras con sus melodías. La thakla acuna la pena que conocemos y aguantamos juntos, y respiro, por fin sostenido. Cuando grito Palestina libre en una manifestación, y que mis entrañas se retuercen porque desearía gritarlo en árabe, encuentro a veces  un compañero de lucha en un dedo corazón lanzado y no levantado.

 

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