Es hora de un foro público sobre el Líbano

15 de septiembre de 2020 -
El puerto de Beirut tras la explosión (Foto: Rashid Khreiss @rush_intime)
El puerto de Beirut tras la explosión (cortesía de Rashid Khreiss @rush_intime).

 

La explosión de Beirut puso fin por fin a la mascarada del país

Sobrecogido por la sobrecogedora violencia de la explosión que asoló Beirut en agosto, el dramaturgo y director afincado en París Wajdi Mouawad sugiere que un foro público mundial debe condenar a la clase dirigente libanesa, que "sólo opera en su propio interés y en el de quienes colocaron a sus dirigentes al frente del país".

 

Wajdi Mouawad 

Una monstruosidad es una tragedia para la que no se han encontrado palabras. No se encontrarán pronto palabras para describir lo que acaba de devastar a los libaneses. Esta deflagración seguirá siendo la monstruosidad de este país. Y el hangar número 12 del 4 de agosto de 2020 es el eco del autobús del 13 de abril de 1975 [el atentado en los suburbios de Beirut contra un autobús de militantes palestinos por parte de falangistas cristianos, que dejó 27 muertos, en represalia por el asesinato de uno o -según las versiones- varios cristianos unas horas antes, se considera el inicio de la guerra civil libanesa, que duraría hasta 1990].

Entre estas dos fechas está el coraje de un pueblo enfrentado a mil pruebas, mil quiebras, mil miserias, mil desapariciones, cuatrocientos mil muertos y millones de exiliados, que hoy se enfrenta a una fuerza compuesta por muchos de los asesinos y ladrones de ayer. Podemos decir que, tal como empezó, la guerra civil acaba de terminar: monstruosamente. Terminó en un segundo de asombrosa violencia, una explosión tan ensordecedora que lo que estalló el martes 4 de agosto no fue sólo un arsenal de 2.750 toneladas de nitrato de amonio, sino también toda la rabia contenida en los corazones de 15 millones de libaneses, (4 en el país, 11 fuera) una rabia tan reprimida, tan condensada, tan presurizada, que ya nada podía contenerla. Ya no había miedo, ni preocupaciones, ni angustias, nada era lo suficientemente grande, ni miedo al futuro ni al presente, hasta el punto de que el futuro se desvaneció y el presente se convirtió en una carga. Y en cuanto al pasado, no es más que dolor y vergüenza, vergüenza y vergüenza otra vez.

 

La indignación expresada por la clase dirigente es un insulto, un escándalo.

Por eso la indignación expresada por la clase dirigente es un insulto, un escándalo. Y a este extraño Presidente de la República, que se pregunta cómo es posible que 2.750 toneladas de nitrato de amonio hayan permanecido sin reclamar durante tanto tiempo y en un lugar tan sensible, uno estaría tentado de preguntarle si la presencia de cuatro décadas de cólera sin reclamar y en un lugar tan sensible como el corazón de los libaneses no suscita igualmente su asombro y su indignación.

A esta clase dirigente, que sólo opera en función de sus propios intereses y de los intereses de quienes la colocaron al frente del país, nos gustaría preguntarle si la violencia de esta detonación, escuchada tan lejos como Chipre, ¿es por fin lo suficientemente fuerte como para llegar a su conciencia? ¿Pueden estos políticos establecer la conexión? ¿Consiguen establecer el vínculo entre esta explosión y la juventud de este país, que ha inundado las calles durante meses para exigir libertad y justicia, para hacer oír sus ganas de vivir y su falta de esperanza, esta juventud que ha sido amenazada, despreciada, y a la que han acabado enviando las fuerzas del orden?

 

Corrupción

¿Conseguirán establecer un vínculo entre esta incalificable explosión y su corrupción? ¿Qué relación hay entre esta explosión y la falta de electricidad, el colapso del sistema escolar, la incapacidad del país incluso para organizar adecuadamente la recogida de basuras? ¿Hacen la relación entre este aullido aterrador que devastó tres cuartas partes de la ciudad, echando a 250.000 personas de sus casas, y el colapso del sistema económico y bancario, un colapso del que ellos son los principales responsables y los grandes especuladores? ¿Lo ven? ¿Oyen lo que acaban de gritar? ¿Cuál de estos astutos [gobernantes], de estos peones, de estas marionetas, de estos incompetentes, tendrá el valor de levantarse y decir: "Nosotros somos los principales culpables"? ¿Quién sabrá decir algo que no sea: "¡No, no es culpa nuestra! La prueba: ¡nosotros también tenemos lágrimas en los ojos y lloramos con vosotros!"? ¿Quién se atreverá a dudar de sí mismo, por un momento y sólo por un momento?

¿Qué más podrán decir que no hayan dicho? ¿Qué mentiras no han utilizado todavía? Llevan mucho tiempo sin dejar de humillar a los libaneses y nunca han oído nada: no oyen nada, no ven nada, no reconocen nada, [y sin embargo] fingen ser serios mientras transforman el país en una partida de strip póquer, desnudando a los demás, violando todo lo que se puede violar, transmitiendo el liderazgo de padres a hijos, las pesadillas de este país. ¿El aliento de esta explosión, dos días antes del aniversario de la que arrasó Hiroshima, es lo suficientemente poderoso como para hacerles oír este punto de no retorno que sus conciudadanos acaban de cruzar?

 

Todo se destruye, incluso el futuro.

Porque este es un punto de no retorno. Se acabó. Todo está destruido. Incluso el tiempo. No sólo el concreto. El futuro. No hay nada. Y esta nada, curiosamente, en el fondo del abismo en el que ha caído el país, llega con una claridad pasmosa.

¿Qué hacemos ahora?

Por eso, a pesar de la destrucción, a pesar del dolor insoportable de los muertos y desaparecidos que se suman a los ya muertos o desaparecidos, lo que acaba de ocurrir está del lado del pueblo libanés. Esta explosión está de su parte, es su última fuerza lanzada en la batalla contra quienes les aplastan; es, a pesar de la desgracia que trae consigo, su ángel exterminador. Pone fin a todas las mascaradas. ¿Qué puede ser más espantoso? ¿Qué puede ocurrir aún más espantoso para que la justicia, la sombra de la justicia, recupere su dignidad en este país y logre librarlo de lo que acuchilla cada día sus esperanzas?

Por tanto, debemos ver en este horror que acaba de llegar una palanca para detener el horror. Para anular una pesadilla, se dice, hace falta una pesadilla de igual potencia, ya que el infinito se anula con el infinito menos. Si la guerra civil era esta monstruosidad, la explosión que acaba de tener lugar es la monstruosidad que la anula, devolviendo así Beirut a cero. Todo está a cero. Todo está en ruinas. ¿Qué ocurrirá ahora?

Ahora, como después de cada violencia de la que ha sido testigo este país, tendremos que volver a aprender a tragar saliva. A veces es un gesto muy valiente, tragar saliva. Ahora, por tanto, hay que reconstruir la historia. La historia está hecha jirones. Consolar suavemente cada pedazo, curar suavemente cada recuerdo, mecer suavemente cada imagen. Pero para que esta reconstrucción, esta dulzura, esta benevolencia se produzcan en el país de los cedros, el Líbano necesita una ayuda no sólo financiera, sino sobre todo hecha de justicia. El Líbano tiene sed de justicia. Y la primera justicia que hay que hacer es que lo que acaba de ocurrir sea objeto de una investigación transparente, llevada a cabo por una comisión independiente e internacional, con inspectores designados por las Naciones Unidas, para que los libaneses, que han perdido toda confianza en quienes les han privado de la vida aferrándose al poder durante tantos años, sientan que se les dice la verdad. Los muertos se lo merecen y los que lloran a los muertos se merecen aún más.

Líbano necesita que toda la ayuda internacional se confíe a instituciones y organizaciones que puedan demostrar que no se ha pagado nada en comisiones secretas, alimentando aún más la corrupción de los dirigentes y la injusticia del país.

 

Dejar de hacer del Líbano su instrumento 

Lo que más necesita este país es que se alienten sus revoluciones. Porque no se detendrán. En primer lugar la juventud volverá a oír su sed y su cólera y necesita apoyo para que los que aplastan a este país sean todos, es decir, todos apartados de sus puestos a la cabeza del país. Y si es cierto que las potencias de Irán, Israel, Turquía, Rusia, Estados Unidos y Arabia Saudí han dado a conocer sus inmensos sentimientos y su solidaridad con el pueblo libanés, tendrán que, para estar en consonancia con sus lágrimas y sus palabras, dejar, a partir de hoy, de hacer del Líbano su instrumento, el de los iraníes contra los israelíes, el de los israelíes contra los sirios, el de los turcos contra los europeos, el de los estadounidenses contra los rusos y el de los saudíes contra los iraníes. Mucho más que dinero, esto es lo que necesita el Líbano. Pero frente a esta violencia, uno teme que la explosión que acaba de producirse sea aún demasiado débil. Contra la brutalidad sin nombre de tales Estados, haría falta la cólera de mil soles, y desde Sófocles sabemos que los dioses son insensibles a la injusticia, él que puso en la voz de Electra el requerimiento que hoy resuena tan fuerte: "Pero ¿dónde están las iras de Zeus, dónde está el sol abrasador, si, a la vista de tales crímenes, permanecen sin actuar en las sombras?".

Sófocles supo encontrar las palabras de las monstruosidades de su tiempo y las convirtió en tragedias. ¿Sabrá alguien encontrar las palabras de las monstruosidades de nuestro tiempo? Las sacudidas son tan poderosas que uno tartamudea, la censura tan brutal que uno tiembla, la indiferencia tan espantosa que uno se licua. Y, sin embargo, debemos continuar. Al menos intentar, sin nada, allanar el camino para que los que vengan después de nosotros consigan hacer lo que nosotros no somos capaces de hacer. Pero si consiguen alegrar a este país y devolverle su fuerza de vida y de libertad, será porque no nos hemos rendido del todo. [de Le Monde]

 

Traducido del francés por Jordan Elgrably

Wajdi Mouawad es dramaturgo, actor y director. Nacido en 1968 en Líbano, abandonó el país en 1978 durante la guerra civil. Tras huir a Francia, su familia se trasladó a Quebec, donde debutó en el teatro. En Montreal, montó numerosas producciones, fundó varias compañías y adquirió renombre internacional. Invitado a Francia por primera vez en 1999 por el Festival de Avignon, volvió en 2009 para presentar la trilogía Littoral, que incluye sus obras más famosas, Incendies y Forêts. En 2009, recibió el Gran Premio de Teatro de la Academia Francesa por su obra, marcada por los temas del exilio, la muerte y la redención. Desde 2016, dirige el Théâtre national de la Colline de París.

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