El poder tiene miles de caras en miles de posturas. Si cortas una de sus cabezas en algún lugar, muchas otras tomarán forma en otro sitio.
Iskandar Abdalla
"¿Estás dormida?" "No. Estoy enamorada de ti". Le respondí y me apresuré a caer en sus brazos. Deseé que el calor de su presencia delineara una nueva geografía de salvación. Deseé que la pegajosidad de nuestros cuerpos nos llevara a orillas olvidadas de la intimidad, a una tierra inexplorada entre el sueño y la vigilia, protegidos de las pesadillas de un pasado inquietante y de las realidades punzantes de un presente despiadado.
Se me antoja un hogar imposible.
En mis sueños, solía vivir el pasado de un hogar que no llegó a ser presente. Pero últimamente, la noche ha sido despojada de sus ángeles tranquilizadores. Fríos ejércitos de miedo se colaron en mi sueño. ¿Crees que podemos derrocar las pesadillas si nos abrazamos más fuerte? ¿Crees que podemos recuperar nuestros sueños si acariciamos nuestras cicatrices con el toque sanador del amor?
Llegué a Berlín marcado por una revolución. Muchos la llaman fracasada. Cuentan sus vicios. Evocan las heridas, las pérdidas, los tiempos congelados, los lugares que desaparecen, las almas que perecen, la sangre derramada y las pesadillas para evidenciar su fracaso. Sin embargo, no tienen en cuenta lo que queda de una revolución: la implacabilidad de los recuerdos, los fantasmas del pasado, las secuelas del hogar en el exilio, las huellas del exilio en las sombras del hogar y lo que significa estar marcado por una revolución.
Ciertos momentos que vivimos quizá sólo sean concebibles en referencia al tiempo y al espacio que les dieron origen y, sin embargo, nunca están confinados ni determinados por sus parámetros. Así son muchos de los momentos que se desarrollan durante una revolución: el momento de mostrar la rabia frente a la opresión, los momentos de sentir la fortaleza que disipa el miedo, de rozarse con masas de miserables y débiles que se levantan con dignidad para mover montañas, de lanzar el grito atronador de la resistencia que dice la verdad al poder: la justicia es la condición última para la paz. Y el momento en que nos enamoramos, anhelando un futuro que nos acerque los unos a los otros.
Nos distanciamos unos de otros. Los gritos de rabia han menguado. El Maidan fue robada de debajo de su gente. El imperio del miedo ha contraatacado. El poder tiene miles de caras en miles de posturas. Cuando cortes una de sus cabezas en algún lugar, muchas otras tomarán forma en otro sitio. Acecharán detrás de ti, cortando tus caminos para apoderarse de ti. Ha pasado una década. Montañas y mares, vallas y puestos de control se han interpuesto entre nosotros hasta que nuestros caminos finalmente se cruzaron.
Y aquí estamos de nuevo. Estamos codo con codo, cogidos de la mano, gritando en las calles con rabia familiar: "¡Liberad Gaza!" y "¡Detened el genocidio!".
Aquí hace mucho más frío.
Hemos envejecido y nos hemos cansado. Pero quien queda marcado por una revolución queda especulado para siempre; quien ha probado la amargura de la opresión y ha tanteado la libertad de romper sus cadenas queda incesantemente ligado al apremio de la justicia. Te oigo gritar: "¡Huye!". Veo a los policías empujando violentamente a las masas. Les veo aplastar las velas que los manifestantes encendieron como vigilia por los inocentes que conmemoran. Veo nuestro pasado desvanecerse en nuestro presente. Siento el fastidio de mis viejas cicatrices. Te llevo "a casa". Beso tus lágrimas y te recuerdo que el hogar renacerá en otro lugar.
"¿Te has dormido?" le pregunté, escuchando el sonido de su respiración cada vez más profunda y tranquila. Aferrándome a la suavidad de su piel, cerré los ojos. La oscuridad me envolvió. Un eco llenó la habitación:
Se acerca el día del tumulto.
Tu perdición vendrá a ti.
Dios puede estar muerto, pero el dolor de los oprimidos vivirá para siempre.
No petrificarán a sus muertos en piedras.
En cambio, alimentarán a sus hijos y nietos hambrientos con tu odio.
Les susurrarán al oído y les dirán que sigan mirando atrás, a los valles de sangre y las montañas de dolor, a los hogares perdidos y las dignidades rotas, a su futuro robado.
Lo susurrarán al oído de los que están presentes para susurrarlo al oído de los que vendrán.
Seguirán mirando hacia atrás, pero sólo para mirar hacia ti con rabia y convertir tus ciudades en columnas de sal.
