Khalida Jarrar: cómo resistir y vencer en las cárceles israelíes

15 de octubre de 2021 -
El siguiente texto de Khalida Jarrar, que sostiene que se puede "forjar esperanza a partir de la desesperación", apareció por primera vez en These Chains Will Be Broken: Palestinian Stories of Struggle and Defiance in Israeli Prisons, editado por Ramzy Baroud (Clarity Press, 2019).

 

Ramzy Baroud

 

Khalida Jarrar nació en la ciudad de Nablus, en el norte de Cisjordania, el 9 de febrero de 1963. Es licenciada en Administración de Empresas y tiene un máster en Democracia y Derechos Humanos por la Universidad de Birzeit. Fue directora de la Asociación Addameer de Apoyo a los Presos y Derechos Humanos de 1994 a 2006, cuando fue elegida miembro del Consejo Legislativo Palestino (CLP), el Parlamento palestino. En la actualidad dirige la Comisión de Prisioneros del CLP, además de formar parte del Comité Nacional Palestino de Seguimiento ante la Corte Penal Internacional.

El alto perfil de Khalida Jarrar como dirigente palestina dedicada a denunciar los crímenes de guerra israelíes ante las instituciones internacionales la ha convertido en blanco de frecuentes arrestos y detenciones administrativas israelíes. Ha sido detenida varias veces, la primera en 1989, con motivo del Día Internacional de la Mujer. Pasó un mes en prisión por participar en la manifestación del 8 de marzo.

En 2015, fue detenida en una redada realizada antes del amanecer por soldados de ocupación israelíes, que asaltaron su casa en Ramala. Inicialmente estuvo recluida en detención administrativa sin juicio pero, tras una protesta internacional, las autoridades israelíes juzgaron a Khalida Jarrar en un tribunal militar, donde se presentaron contra ella 12 cargos, basados enteramente en sus actividades políticas. Algunos de los cargos eran dar discursos, celebrar vigilias y expresar apoyo a los detenidos palestinos y sus familias. Pasó 15 meses en prisión.

Khalida Jarrar fue puesta en libertad en junio de 2016, solo para ser detenida de nuevo en julio de 2017, cuando también fue sometida a detención administrativa. La incursión israelí en su domicilio fue especialmente violenta, ya que los soldados destruyeron la puerta principal de su casa y confiscaron diversos equipos, entre ellos un iPad y su teléfono móvil. Fue interrogada en la prisión de Ofer antes de ser trasladada a la prisión de HaSharon, donde están recluidas muchas presas palestinas. Fue puesta en libertad en febrero de 2019, tras pasar casi 20 meses en prisión.

Una vez más, Khalida Jarrar fue detenida en su domicilio de Ramala el 31 de octubre de 2019. Durante su último encarcelamiento, una de sus dos hijas, Suha, falleció a los 31 años. A pesar de una campaña internacional para permitir a Khalida asistir al funeral de su hija el 13 de julio de 2021, el gobierno israelí rechazó todos los llamamientos. Sin embargo, se sacó de la cárcel una carta de Khalida para que sirviera de despedida a Suha. En ella escribía:

"Suha, mi preciosa.
Me han despojado de darte un último beso de despedida.
Me despido de ti con una flor.
Tu ausencia es abrasadoramente dolorosa, insoportablemente dolorosa.
Pero me mantengo firme y fuerte,
como las montañas de la amada Palestina".

Khalida Jarrar es uno de los muchos ejemplos en los que los resistentes palestinos han llevado consigo su firmeza (sumud) y resistencia dentro de las cárceles israelíes, encontrando oportunidades para luchar, a pesar de su confinamiento, a pesar del dolor físico y la tortura psicológica. Además, en lugar de ver la prisión como un confinamiento forzoso, Khalida Jarrar la ha utilizado como una oportunidad para educar y empoderar a sus compañeras de prisión. De hecho, sus logros en prisión cambiaron el rostro del movimiento de presas palestinas.


La legisladora palestina Khalida Jarrar visita la tumba de su hija en la Cisjordania ocupada tras su liberación de una cárcel israelí el 26 de septiembre de 2021, donde pasó dos años detenida (foto: Abbas Momani/AFP).

Khalida Jarrar

La cárcel no es sólo un lugar de altos muros, alambre de espino y pequeñas y sofocantes celdas con pesadas puertas de hierro. No es sólo un lugar definido por el tintineo del metal; de hecho, el chirrido o el golpeteo del metal es el sonido más común que se oye en las prisiones, cada vez que se cierran pesadas puertas, cuando se mueven pesadas camas o armarios, cuando se fijan o se aflojan las esposas. Incluso las bosta -lostristemente célebres vehículos que transportan a los presos de un centro penitenciario a otro- son bestias metálicas, su interior, su exterior, incluso sus puertas y grilletes incorporados.

No, la cárcel es más que todo esto. También son historias de personas reales, sufrimientos cotidianos y luchas contra los carceleros y la administración. La cárcel es una posición moral que hay que tomar a diario y que nunca se puede dejar atrás.

La cárcel son camaradas, hermanas y hermanos que, con el tiempo, se acercan a ti más que tu propia familia. Es agonía común, dolor, tristeza y, a pesar de todo, también alegría a veces. En la cárcel, desafiamos juntos al carcelero abusivo, con la misma voluntad y determinación de doblegarlo para que él no nos doblegue a nosotros. Esta lucha es interminable y se manifiesta de todas las formas posibles, desde el simple hecho de negarnos a comer, pasando por encerrarnos en nuestras habitaciones, hasta el más agotador de todos los esfuerzos físicos y fisiológicos, la huelga de hambre abierta. Éstas no son más que algunas de las herramientas que los presos palestinos utilizan para luchar por sus derechos más elementales y para preservar parte de su dignidad.

La prisión es el arte de explorar posibilidades; es una escuela que te entrena para resolver los retos cotidianos utilizando los medios más sencillos y creativos, ya sea la preparación de alimentos, remendar ropa vieja o encontrar un terreno común para que todos podamos aguantar y sobrevivir juntos.

En la cárcel, debemos tomar conciencia del tiempo, porque si no lo hacemos, se detendrá. Así que hacemos todo lo posible para luchar contra la rutina, para aprovechar cualquier oportunidad para celebrar y conmemorar cualquier ocasión importante de nuestra vida, personal o colectiva.

Las historias individuales de los presos palestinos son una representación de algo mucho más amplio, ya que todos los palestinos experimentan a diario el encarcelamiento en sus diversas formas. Además, el relato de una presa palestina no es una experiencia fugaz que sólo concierne a la persona que la ha vivido, sino un acontecimiento que sacude hasta lo más profundo a la presa, a sus compañeros, a su familia y a toda su comunidad. Cada relato representa una interpretación creativa de una vida vivida, a pesar de todas las penurias, por una persona cuyo corazón late con el amor a su patria y el anhelo de su preciada libertad.

Cada relato individual es también un momento decisivo, un conflicto entre la voluntad del carcelero y todo lo que representa, y la voluntad de los presos y lo que representan como colectivo, capaces, cuando están unidos, de superar adversidades increíbles. El desafío de los prisioneros palestinos es también un reflejo del desafío colectivo y del espíritu rebelde del pueblo palestino, que se niega a ser esclavizado en su propia tierra y que está decidido a recuperar su libertad, con la misma voluntad y vigor que llevan todas las naciones triunfantes, una vez colonizadas.

El sufrimiento y las violaciones de los derechos humanos que sufren los presos palestinos, contrarios al derecho internacional y humanitario, son sólo una cara de la historia de la prisión. La otra cara sólo puede ser realmente comprendida y transmitida por quienes han vivido estas desgarradoras experiencias. Muy a menudo, falta en la historia de los presos palestinos la inspiradora trayectoria humana de hombres y mujeres palestinos que han subsistido a través de momentos decisivos, con todos sus dolorosos detalles y desafíos.

Sólo profundizando en el relato de los presos se puede empezar a imaginar lo que se siente al perder a una madre cariñosa mientras se está confinado en una pequeña celda, cómo afrontar una pierna rota, quedarse sin visitas familiares durante años, que te nieguen el derecho a la educación y hacer frente a la muerte de un camarada.

Si bien es importante que comprendas el sufrimiento que padecen los presos, como los numerosos actos de tortura física, tormento psicológico y aislamiento prolongado, también debes darte cuenta del poder de la voluntad humana, cuando hombres y mujeres deciden luchar, reclamar sus derechos naturales y abrazar su humanidad.

La resistencia puede adoptar muchas formas. A lo largo de los diversos periodos de encarcelamiento como presa política en cárceles israelíes, yo también participé en las diversas formas de resistencia dentro de los muros de la prisión. Para mí, la educación de las presas palestinas se convirtió en una prioridad urgente.

Las reclusas de las cárceles israelíes reciben un trato algo diferente al de los reclusos varones, no sólo por la naturaleza de las violaciones cometidas contra ellas, sino también por el grado de aislamiento. Como hay muchas menos presas que presos, a las autoridades penitenciarias israelíes les resulta más fácil aislarlas completamente del resto del mundo. Además, sólo hay unas pocas reclusas con titulación universitaria; el nivel de educación entre estas mujeres es alarmantemente bajo.

Ya era consciente de estos hechos cuando fui detenida por Israel en 2015, pasando la mayor parte de mi detención en la prisión de HaSharon. Por lo tanto, decidí que mi misión sería centrarme en la cuestión de la educación de las mujeres a las que se les negó la oportunidad de terminar la escuela, ya fuera de niñas o a las que se les negó ese derecho debido a condiciones sociales difíciles. La idea ocupó rápidamente mi mente: si tan sólo pudiera ayudar a unas pocas mujeres a conseguir sus diplomas de secundaria, habría hecho un buen uso de mi tiempo de detención. Estos diplomas les permitirían cursar estudios universitarios en cuanto pudieran y, con el tiempo, alcanzar un nivel de independencia económica. Y lo que es más importante, armadas con una sólida educación, estas mujeres podrían contribuir aún más al empoderamiento de las comunidades palestinas.

Sin embargo, son muchos los obstáculos a los que se enfrentan todos los presos, especialmente las mujeres. Las autoridades penitenciarias israelíes imponen numerosas restricciones a los presos que desean cursar estudios oficiales. Incluso cuando el Servicio de Prisiones de Israel (IPS) acepta, en principio, conceder ese derecho, se asegura de que falten todas las condiciones prácticas necesarias para facilitar la labor, incluida la disponibilidad de aulas, pizarras, material escolar y profesores cualificados.

Este último obstáculo, sin embargo, fue superado por el hecho de que tengo un máster, que me cualifica desde el punto de vista del Ministerio de Educación palestino para ejercer como profesora y supervisar los exámenes finales de secundaria, conocidos como Tawjihi. El mero hecho de ver la emoción en los rostros de las chicas cuando les propuse la idea me inspiró para asumir la ingente tarea, la primera iniciativa de este tipo en la historia de las presas palestinas en cárceles israelíes.

Empecé por ponerme en contacto con el Ministerio de Educación para conocer a fondo sus normas y expectativas, y cómo se aplicarían a las reclusas que quisieran estudiar para sus exámenes finales. Mi primera cohorte de estudiantes estaba formada por cinco mujeres, que aceptaron el reto con mucho vértigo.

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En aquella primera fase, la administración penitenciaria no era plenamente consciente de la naturaleza de nuestra "operación", por lo que sus restricciones eran meramente técnicas y administrativas. La experiencia era, de hecho, nueva para todos nosotros, especialmente para mí. Debo admitir que quizá exageré mis expectativas en mi intento de garantizar un alto grado de profesionalidad académica en la realización de mis clases y del examen final. Sólo quería asegurarme de no violar en modo alguno mis principios, porque realmente quería que las chicas se ganaran sus certificados y esperaran más de sí mismas.

Teníamos poco material escolar. De hecho, cada clase tenía que compartir un único libro de texto que habían dejado los niños prisioneros palestinos antes de ser trasladados por el IPS a otro centro. Copiábamos los pocos libros de texto a mano; así, varios alumnos podían seguir las lecciones al mismo tiempo. Mis alumnos estudiaban mucho. A veces, una sola clase duraba varias horas, lo que significaba que perdían de buena gana el único descanso del día, cuando se les permitía salir de sus celdas. Teníamos tanto que estudiar y tan poco tiempo. Al final, cinco estudiantes se presentaron al examen, cuyos resultados se enviaron al Ministerio de Educación para su confirmación. Semanas después llegaron los resultados. Dos de los alumnos aprobaron.

Fue un momento extraordinario. La noticia de que dos estudiantes habían obtenido sus certificados estando en prisión se extendió rápidamente entre todos los presos, sus familias y las organizaciones que defienden los derechos de los detenidos. Las chicas celebraron la noticia, y todos sus compañeros se sintieron verdaderamente felices por ellas. En poco tiempo, volvimos a movilizarnos, preparándonos para producir otra cohorte de graduadas. Sin embargo, cuanta más atención mediática suscitaba nuestro logro, más preocupadas se mostraban las autoridades penitenciarias israelíes. No me sorprendió en absoluto que el IPS decidiera dificultar que el segundo grupo, formado también por cinco estudiantes, pasara por la misma experiencia.

Fue una verdadera batalla, pero teníamos toda la intención de luchar hasta el final, sin importar la presión. La administración penitenciaria me comunicó oficialmente que ya no se me permitía enseñar a los presos. Me acosaron repetidamente, amenazándome con enviarme a aislamiento. Pero conozco bien el derecho internacional y me enfrenté repetidamente a los israelíes diciéndoles que comprendía los derechos de los presos y que no pensaba echarme atrás. A pesar de todo, conseguí enseñar al segundo grupo de chicas, preparando yo misma los exámenes, en coordinación con el Ministerio de Educación. Esta vez, las cinco alumnas que se presentaron al examen aprobaron. Fue un gran triunfo.

Después de lo que conseguimos, me di cuenta de que es necesario institucionalizar la experiencia educativa de las reclusas, y no vincularla a mí ni a una sola persona. Para que tuviera éxito a largo plazo, tenía que ser un esfuerzo colectivo, una misión defendida por todos los grupos de mujeres reclusas en los años venideros. Me centré sobre todo en la formación de reclusas cualificadas, implicándolas en la enseñanza y familiarizándolas con el trabajo administrativo exigido por el Ministerio de Educación. Puse en marcha el aparato para garantizar una transición fluida para el tercer grupo de graduadas, ya que yo estaba anticipando mi inminente puesta en libertad.

Quedé en libertad en junio de 2016. Aunque volví a mi vida normal y a mi trabajo profesional, nunca dejé de pensar en mis compañeros de prisión, en sus luchas y desafíos diarios, especialmente en aquellos que estaban deseosos de obtener la educación que necesitan y merecen. Me emocioné cuando supe que dos reclusas se presentaron a los exámenes finales después de que yo me fuera, y se graduaron con éxito. Me sentí tan feliz como cuando me liberaron y me reuní con mi familia. También me alivió saber que el sistema que puse en marcha antes de mi liberación funcionaba. Esto me dio muchas esperanzas para el futuro.

En julio de 2017, los militares israelíes volvieron a detenerme, esta vez durante 20 meses. Volví a la misma prisión de HaSharon. Había muchas más presas que antes. Inmediatamente, con la ayuda de otras presas cualificadas, empezamos a preparar el cuarto grupo para graduarnos. Esta vez, nueve presas estudiaban para el examen. Había más profesoras voluntarias y administradoras. La prisión había florecido de repente, convirtiéndose en un lugar de aprendizaje y capacitación.

La administración de la cárcel se volvió loca. Me acusaron de incitación e iniciaron una serie de medidas de represalia para cerrar todo el proceso de escolarización. Aceptamos el reto. Cuando cerraron la clase, nos pusimos en huelga. Cuando nos confiscaron los bolígrafos y los lápices, utilizamos ceras de colores. Cuando se llevaron la pizarra, descolgamos una ventana y escribimos en ella. La pasábamos a escondidas de una habitación a otra, durante las horas que habíamos designado para aprender. Los guardianes de la prisión intentaron todas las artimañas posibles para impedirnos ejercer nuestro derecho a la educación. Para mostrar nuestra determinación de derrotar a las autoridades carcelarias, llamamos al cuarto grupo "La Cohorte del Desafío". Al final, nuestra voluntad fue más fuerte que su injusticia. Completamos todo el proceso. Todas las chicas que se presentaron al examen final aprobaron con nota.

No puedo describirles con palabras lo que sentimos durante esos días. Fue una gran victoria. Decoramos los muros de la prisión y lo celebramos. Todos estábamos contentos, sonrientes y jubilosos por lo que habíamos conseguido juntos, cuando nos mantuvimos unidos contra las injustas normas de Israel y su administración penitenciaria. La noticia se difundió más allá de los muros de la prisión y las familias de los graduados lo celebraron por toda Palestina. El quinto grupo fue la coronación de ese logro colectivo. Fue la dulce recompensa tras meses de lucha y penurias que habíamos soportado, mientras insistíamos en nuestro derecho a la educación. Siete alumnas más estudian ahora para el examen final, con la esperanza de unirse a las otras 18 graduadas que obtuvieron sus certificados desde que comenzó la primera experiencia en 2015.

Las aspiraciones de las reclusas evolucionaron, ya que se sentían verdaderamente capaces y empoderadas por la educación recibida, sobre todo porque habían soportado tanto para obtener lo que debería ser un derecho humano básico para todos. Las que han obtenido sus certificados Tawjihi están preparadas para progresar a un nivel superior de educación. Sin embargo, como el Ministerio de Educación aún no está preparado para este paso, los presos están creando alternativas temporales.

Como tengo un máster en Democracia y Derechos Humanos, y también una larga experiencia en este campo por mi trabajo con Addameer y el PLC, entre otras instituciones, ofrecí a mis alumnos un curso de formación en Derecho Internacional y Humanitario. Para impartir el curso, conseguí traer a la cárcel algunos de los textos más importantes y relevantes de los tratados internacionales sobre derechos humanos, incluida la traducción al árabe de los cuatro Convenios de Ginebra. Algunos de estos documentos fueron traídos por la Cruz Roja, otros por familiares que vinieron a visitarme a la cárcel.

Cuarenta y nueve reclusas participaron en el curso, dividido en varios periodos de dos meses cada uno. Al final del curso, las participantes recibieron certificados por haber completado 36 horas de formación en Derecho Internacional y Humanitario, cuyos resultados fueron confirmados por varios ministerios palestinos. Mientras lo celebrábamos en la cárcel, en el exterior se celebró una gran ceremonia patrocinada por el Ministerio de Asuntos de los Presos, a la que asistieron las familias y algunos de los presos liberados, en medio de una gran celebración.

Al final, hicimos algo más que crear esperanza a partir de la desesperación. También evolucionamos en nuestra narrativa, en la forma de percibirnos a nosotros mismos, a la prisión y a los carceleros. Derrotamos cualquier sentimiento persistente de inferioridad y convertimos los muros de la prisión en una oportunidad. Cuando vi las hermosas sonrisas en los rostros de mis alumnos que completaron su educación secundaria en prisión, sentí que mi misión se había cumplido.

La esperanza en la cárcel es como una flor que crece de una piedra. Para nosotros, los palestinos, la educación es nuestra mejor arma. Con ella, siempre saldremos victoriosos.

 

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